Terminaste de vestirte, humana 
la murmuración, siempre, mojándote los talones 
como un recurso mineral. 
Eras casta, tomada en préstamo 
agrupada en una familia sin elementos, 
así se resolvían las cosas. 
 
Aunque cuidadosamente muda y ciega, 
tú no eras la chiquilla scotch y sedante. 
Tal vez, mujer, se  piense en ti como en una reforma 
una riqueza explotada en sí misma 
futurista/librepensadora/fundida en sus causas,  
maldita. 
 
Y era imposible verte derrumbada 
a pesar de toda vértebra inútil 
de hecho, el ardor, los escasos años 
te sostenían poco 
aún así, tú no querías ser un acento en los brazos de tu homo 
(y nos querremos mucho,  
hasta que la muerte nos separe) 
olvidaste pronto esas clases de etnología 
simplemente para el festejo 
preferiste ser aparecida, provocada, cometida 
como un delito, un arrancón que te extraía  
de los alambres fragata 
de alguna cárcel que no te la buscaste. 
 
Incluso soportaste el vientre cercado nerviosamente por otro cuerpo 
esculpiéndote mariposas con palmeras en el Egipto de tu casa.  
 
Pero hubo un día que renegaste 
y te vieron sucia 
furiosa/indigna 
imposible, mujer, imposible 
te querían sumisa 
subsidiaria 
jamás obsidiana/filosa 
te querían uxoris, mujer  
esperando en la ventana para siempre. 
 
Pero esa mañana, despertaste y exigiste:  
denme el boleto, los slides, las proporciones,  
el talismán, las fieras, el Amazonas, una casa plegable, 
el peligro, los kilómetros, y ya veremos. 
 
Luego te volviste fugitiva  
burlaste a los gendarmes mostrándoles tus piernas relámpagos 
tenías a Nietzsche en la cartera, y las respuestas 
también algunos monstruos escondidos, el brillo para labios 
las cantáridas de belleza  y una flor del mal. 
 
Cuando dispararon te querían pedazo 
para contenerte, mujer. Y sí, dispararon. 
 
Pero que nadie, ni siquiera ahora,  
niegue que eras una exactitud. 
 
 
 
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