Desde que acabó la carrera de medicina, Juan se preguntaba qué era ser un buen médico, siempre pensó que a lo largo de su vida encontraría a alguno realmente bueno a quien imitar. Tras aprobar el examen MIR empezó a trabajar, pero pasaban los meses y no encontaba lo que buscaba. Conoció grandes clínicos, mejores cirujanos, y extraordinarios especialistas. Rotó en los mejores servicios hospitalarios del país, acudía con asiduidad a charlas y congresos, pero seguía sin encontrarlo. Pero Juan sabía que debía existir, por eso no cejaba en su empeño. Hizo muchas guardias, muchas noches sin dormir, días enteros en el hospital. Tuvo tiempo de ver cómo llegaba la muerte, y fue testigo del nacimiento de la vida; y cometió errores, como todos cometían, y tuvo tiempo de llorar, y de dudar y de sentir. Tuvo tiempo de aprender y de tener ganas de gritar. Y tuvo tiempo para hacer amistades verdaderas y tamben de conocer la miseria y la ruindad. Y tuvo tiempo de salir y de entrar y disfrutar. Tuvo tiempo para amar tuvo tiempo de vivir. Pero en todo ese tiempo, no encontró al médico a quien imitar.
Una tarde de primavera, una más de guardia y deseando que pasaran las diez horas que restaban de su trabajo en urgencias, Juan pasa junto a una camilla. Una mujer de unos cincuenta años en ella lo mira pasar desde detrás de su mascarilla. Se cruzan sus miradas y Juan sigue caminando rumbo a su consulta. Minutos más tarde comprueba que aquella mujer es paciente suya. Camilla 2, mujer con dificultad respiratoria. Antes de ver a la paciente Juan leyó su historia clínica en los ordenadores del hospital .Se llamaba Carmen. Paciente de cincenta y dos años. Un cancer de ovarios cambió su vida hace seis meses. Lo que empezó como unos mareos acabó con un ingreso en Ginecología para estudio. Los cirujanos nada pudieron hacer, porque las pruebas confirmaron lo peor: metástasis en pulmón, hígado y cerebro. Pronóstico: derivación a unidad de cuidados paliativos. En la última semana tres visitas a urgencias por dificultad respiratoria, analíticas, radiografías, TAC, sueros, aerosoles y alta. Antes de visitar a la paciente, un familiar solicita hablar con Juan, es su hermana que le informa de la situación: Carmen está casada, tiene dos hijos, quince y diecisiete años; y dos hermanas. La hermana de Carmen le dice que no le diga nada de “su enfermedad”, pues aún no le han dicho nada. Luis calla.
Se acerca a la camilla. Carmen le vuelve a mirar a los ojos, parece querer pedirle algo, pero la respiración agitada apenas la deja hablar. Pedro se da cuenta a los veinte segundos de explorarla de que aquella mujer se está muriendo. Se miran de nuevo, y Juan se pierde en la profundidad de sus ojos. Juan acaricia su hombro derecho, coge su mano y le sonrie.
Juan sale del box de urgencias y llama a las hermanas y el marido de Carmen. Les explica su decisión: Ha decidido que Carmen no recibirá más pinchazos, no se le harán más analíticas, no se le sondará en más ocasiones, no le hará más radiografías ni la someterá más a la fría soledad del scanner. Carmen va a saber dentro de un minuto lo que ya intuye hace meses, y va a ser él quién se lo diga si sus familiares no hablan con ella. Carmen va a morir, ellos lo deben saber y ella también, y tiene el derecho a despedirse como debe de ser en toda persona. Él se encargará de buscarles una cama con la intimidad suficiente para morir con dignidad. La cama 9 está vacía y será para ella. Los familiares parecen sorprendidos. Se miran entre sí y en seguida se dan cuenta de que aquél joven les está poniendo las cartas boca arriba. Tras unas breves palabras acceden a hablar con Carmen. Juan hace las gestiones y en quince minutos pasan a Carmen a una cama en una zona apropiada. Los familiares entran y se quedan a solas con Carmen durante veinte interminables minutos. Al salir, el marido de Carmen, ofrece la mano a Juan y la estrecha con fuerza. Minutos más tarde la enfermera avisa a Juan. Carmen ha mejorado un poco y quiere hablar al médico. Juan se vuelve a acercar. La voz de Carmen es apenas un hilo Juan acerca su oido. Carmen no tiene fuerzas para hablar.Y le besa la mejilla. El médico sale de la habitación con la mirada baja, no quiere que nadie mire su cara, se dirige a su consulta y se limpia una lágrima de la mejilla.
A las seis de la madrugada, Juan se va a dormir, es su turno de descanso, vuelve a cruzarse con Carmen, ella duerme.
Nueve de la mañana, Juan se levanta, debería irse a casa, pero no lo puede evitar, necesita bajar a urgencias. Se acerca cansado por el pasillo de urgencias, Llega a zona de observación. La cama 9 está vacía. Juan pregunta a la enfermera de turno. Carmen falleció a las siete y media. Pero antes mejoró un poco , pidió un papel y lápiz y dijo: para el doctor. En el papel, juan pudo leer: gracias.
Juan sale de urgencias, sale del hospital. Al llegar a casa se mira al espejo y se da cuenta de todo. Ya no buscará más porque ante él tiene al médico que buscaba.
Salva Pendón, Avión Barcelona Malaga, Invierno de 2007
megasalva@hotmail.com
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