Postales del CAER
Las nubes están opacas, así como los ojos de las personas que pasan, hay un frío que desciende y un silencio grave, como de muerte que ronda. Nos vamos asiendo del tubo de los buses, del hilo de razón que aún musita, arrepentido, detrás de este entierro lento, inadvertido, que se esconde de las manos que te tuvieron, de los besos que fui imaginando que te daba, en las partes de las que fui imaginando que estabas hecha. Parece que fuera a pasar algo, pero sólo hay pared, colores parcos, solitarios ruidos de pájaros. Y hay algo detrás de los ojos de las personas que pasan. Algo escabroso, profundo, un río pardo en el agua donde flotan las pupilas.
Un quejido desde adentro, detrás del cuerpo, de algo que se pudre y se rompe, millares de insectos abrazan las palabras que salen de las bocas, y que se dibujan en las hojas, y en los silencios que trae el aire, el aire que mueve las hojas perezosas de los árboles.
Por fin, no hay nada… ni siquiera una estirpe de macilentos frailes alegres en corte en busca de los castillos, ni siquiera un bufo volando sobre los autos eléctricos, o un niño que ríe sobre la despótica ciudad del comercio. Esto se parece a estar solo, si no fuera por las voces que aún giran sobre este silencio, por la espera que aguarda, por la prisa que urge, si no fuera por ese mensaje de texto, y esa misiva internauta, que aflora la peste que esgrime la colosal superficie.
Afuera, muy por encima de lo que lastima, está el trato fugaz, y el cálculo de impuestos, la pregunta de las metas que te piden que sigas teniendo, hoy quiero, sigo queriendo querer. Acá no hay verdades de buda, ni tiempo para escuchar la muerte en el viento, es tiempo de que no tengas tiempo. Y veo que se agranda el vacío que tiene la mirada del muerto que me ve. De los muertos que amo y que me ven. Y si hay algo a limpio que no consuela pero que asusta, es que no estoy muerto, doy fe de ello, o bien muerto que no sé.
Temo caer en ese aserto, meandro del sueño que enferma, en barcazas de fantasma transportado, hacia los momentos Cuando no tengo noticia de mi estado incivil.
Fruto maduro que se deshace en el suelo al decidir que ya viene siendo tiempo de desescalar las noticias del futuro. Desaprender el mañana, aprender a dormir besando la ausencia que alrededor te hace.
Y de no levantarme como el alce al francotirador, al panzón cazador, o como araña en la esquina para la escoba, o como insecto frente al atomizador, para ese pueril señor timador, que quiere cuarto europeo para su esposa de revista. Quiero ser menos incauto, temerle a toda la gente, pobre mente, y quedarme pobremente sin amigos, mujer, hijos, con un par de vecinos tímidos. Con una carta que se lleve la tristeza de no saberte, mi vacío cívico, mi noche de granizo, mi postal desde la Soledad.
Christian Cruzatti
Guayaquil
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