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Inicio / Cuenteros Locales / robertoattias / CUENTO 9 --- ENTIERRO – Autor: ROBERTO ATTIAS, Fontana, Chaco, Argentina.

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En el paraje Amanecer de la provincia del Chaco, además de otras familias de pequeños agricultores, estaban establecidos desde su niñez, Rosendo Jiménez y su hermano Damián. Hombres de pocos recursos económicos, que pasaban el tiempo entre cosechas y obrajes, sobreviviendo entre penurias y hambrunas. Ambos atesoraban una idea fantástica, que los mantenía unidos y planificando el momento de poder ejecutarla, la cual mantenían en total secreto.
En las reuniones de la zona, algunos pobladores se persignaban a la vez que comentaban, que a la orilla del monte quemado (un lugar especifico donde un tiempo atrás se incendiara una fracción de terreno) y en algunas noches de calma, se podían ver al pie de un frondoso árbol de larga vida, que desde la tierra, brotaban columnas de fuego de brillo inusual, trepando por al tronco hasta perderse en el follaje. Si te acercabas de día, el tronco no presentaba rastro alguno, porque ese era fuego del oro, que no quemaba. Estas llamas eran de una tonalidad verde y solo aparecía de noche. Esto marcaría el lugar exacto donde fue enterrado el botín, formado por alhajas de oro y brillantes, productos de unos robos cometidos por el temido delincuente David Segundo Peralta, alias Mate Cosido, que lo escondiera allí para poder recogerlo luego. Este renombrado mal viviente, además de robar tendiendo emboscadas en los caminos y en los trenes, ademas de a pagadores de grandes empresas acopiadoras de algodón y forestales, ganaderos y comerciantes, realizó varios secuestros. Se desplazaba vestido como los peones rurales de la zona, o como viajante de joyería en las ciudades, para no despertaba sospechas. Sus escondites favoritos fueron la ciudad de Presidencia Roque Sáenz Peña, y Gancedo. Además contó con muchos colaboradores, algunos como Eusebio Zamacola, Francisco Malatesta, el Tata Miño, Marcelino Peralta y Cardocito. Pero sorpresivamente en 1939 se retiro del delito, perdiéndose todo rastro de su paradero. Solo se conocen especulaciones respecto de su destino y una de ella es que había sido acecinado en un paraje olvidado de la región. Desde entonces su alma rondaría custodiando el lugar. Pero si emprendían la búsqueda dos compañeros con coraje y justicia en sus corazones, podrían hallar el tesoro allí oculto y convertirse en hombres ricos. Pero de aparecer un pensamiento de codicia o de traición en alguno de ellos, todo se volvería cenizas y los buscadores hallarían la locura y posteriormente la muerte.
Los hermanos acosados por las necesidades básicas de convivencia, se preparaban de acuerdo a los cánones preestablecidos. Fueron a misa, a confesarse y a comulgar, junto a las protecciones místicas y religiosas.
Juntaron los elementos para realizar la perforación, como palas, pico y hacha.
Cuando tenían todo listo para la tarea, después del ocaso, se dirigieron por la senda que conduce entre la vegetación, hacia la orilla opuesta del monte. Al llegar realizaron los preparativos pertinentes. Preparar una fogata que ayudaba a ver mejor, mientras rezaban con evidente temor. Con la pala y el pico cavaron alrededor del árbol señalado. Tropezaban con las raíces, hasta que hallaron el lugar que estaría libre de obstáculos, pues fue allí donde escondieran los valores. Después de unos momentos de arduo trabajo, allí estaba un lugar con la tierra sorprendentemente blanda y fácil de retirar, tanto que parecía estar recientemente removida.
Los dos al mirarse y pensaron que era una señal positiva del finado que custodiaba el lugar, presurosos iniciaron la excavación. Al encontrar una baúl de madera de aspecto antiguo no muy grande, ahogaron un grito de asombro. Retiraron toda la tierra posible que cubría la tapa. El mayor, sujeto con fuerza el mango del pico y dio repetidos golpes, hasta hacer saltar trozos de astillas en todas direcciones y siguió azotando con fuerza colosal, hasta enterrar varias veces la herramienta en el interior de la caja. Seguidamente, ambos se abalanzaron torpemente a la boca del hoyo, en la tierra húmeda. Allí hundieron sus manos con mucha prisa en el interior de la caja, buscando el tesoro tantas veces añorado. En el accionar se empaparon las manos y los brazos revolviendo afanosamente el contenido que allí los esperaba. Hallaron trozos de vidrios junto a un elemento líquido y viscoso. Rosendo reconoció el hedor con pánico y con la respiración dificultosa, levanto la vista; pudo adivinar más que ver la chacra de Nicasio Gómez, que lindaba con este lugar. Con gran dificultad se dirigió hacia allí, pero cayeron unos metros más adelante y antes de perder la conciencia recordó cuando esa familia se instalo en esos terrenos. Todos juntos fueron destroncando y desmalezando el lugar, ya que en esa época era monte cerrado; esa fue una gran tarea para todos ellos, arrastrando los troncos a la orilla del predio. Las ramas que no se convertían en cerco, se vendían en el pueblo como leña. Además para mantener al grupo, junto a los productos de la caza, practicada en las inmediaciones. Llegaron en el año 1957, cuando gobernaba la provincia don Pedro Avalia. Traían consigo herramientas de labranzas, bueyes, caballos, chapas para el rancho y todas sus pertenencias en dos volantas. A llegar levantaron una casa grande de palos a pique y embarrada con cuidadas terminaciones, que además de ser un lugar seguro, poseía un alero, esto la hacía muy confortable. Desde su única ventana al norte, se podía observar una hermosa vista del sinuoso riacho. Este aunque no era muy profundo, abastecía de toda el agua que ellos necesitaban. Parado en su orilla, se podía divisar su lecho fangoso y sus peces a través de sus aguas cristalinas.
Para agosto el aroma de la tierra prometedora invadía el aire tras el paso del arado y el revolotear de las aves sobre los surcos abiertos.
Después de la siembra y cuando comenzaron las plagas a consumir sus esfuerzos, fumigaba con una mochila la plantación, y guardaba cuidadosamente los envases cargados y vacíos del letal veneno en una casillita retirada unos cien metros de la casa y construida para tal fin.
La semana pasada una fuerte tormenta destruyo el techo de este lugar. Como ya no era segura para custodiar el peligro que encerraba, y como amenazaba otra tormenta, don Gómez tomo el viejo baúl que había pertenecido a su madre, el cual guardaba celosamente y lo relleno con los envases de estos productos y lo enterró a orillas del monte quemado, al pie del añejo Sauce para que nadie estuviese en peligro.-.............FIN.-

Texto agregado el 01-01-2008, y leído por 273 visitantes. (0 votos)


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