Gajos
"a Martita Lofredo,
ceniza ya disuelta en aguas de todos los océanos"
Tu muerte, a la manera de un big-bang, dio a luz una oscura nebulosa del desconcierto: el pensamiento expandido.
Mi pensamiento de vos ya no me pertenece. Ha pasado a ser eso precisamente: “pensamiento de vos”, sin la odiosa y posesiva partícula del “mi”. Fuera de mí, disuelto de mí. A mis espaldas, piensa su propio texto.
Ocurre. Ocurre a veces con la violencia del estallido de una fruta arrojada contra la pared. Una dispersión de gajos abiertos en la memoria. Una metástasis de líquidos chorrea, dejando su impronta.
Pensamiento de vos: ocurrencia. No secuencia. No dialéctica. Sólo ocurrencia errante.
Ocurre en el colectivo, cuando llevo una taza de café a mi boca. Ocurre en una caminata. Así, con la pluralidad de la lluvia.
Ocurrencia más ocurrencia: recurrencia de ser pensamiento a cualquier ahora.
Ocurre de pronto cuando filtra el sol su intensidad por la ventana y se conjuga con la escala sostenida de un piano y puedo ver en esa estela de transparencia: pelusitas, polvillo, durando en el aire.
Y sufro, porque la duración de la verdad es una pura puta epifanía.
Ocurrencia de tu muerte, instalar la disciplina de lo póstumo: todo lo demás viene llegando.
Ocurrencia que vuelve, asigna a la palabra su precariedad.
Tu muerte va marcando aquello que no supe decir en tiempo y forma.
No quise... No supe... No pude hablar…
Por eso he regresado al silencio de la escritura, queriendo recuperar con el acto mismo de escribir, aquello que se pierde en el acto mismo de hablar. Sin embargo, aquello nunca viene en el envase de una palabra: la pura y puta insuficiencia, nuevamente.
Escritura del cáncer: único enunciado irrevocable.
Escritura veloz que paraliza en la ebriedad de su único sentido.
Estás muerta Martita, lo pienso cada día.
Estás muerta y suspendida entre esas dos sílabas, cuyo destino, cuya conjugación habla de una desmesurada permanencia.
A falta de tus manos domésticos utensillos de cocina desnudan su carencia de referente, como palabras en desuso, significantes de lo que no está.
Tu muerte escribe sombra, practica el único horizonte de la palabra: su misma oscuridad.
Amanece un tumulto de silencios nunca conocidos.
Como los pájaros, gritarle al día letra por letra…
“Un cargamento de pena se desbarranca por la ladera de mi memoria”
He comenzado este poema una y mil veces.
Sin embargo siempre llego al mismo punto.
Suspensivo.
Pregunto: ¿Existe una ladera de la memoria? porque de ser así, debe existir una cima de la memoria, y si existe una cima de la memoria, también debe existir un pie, una base, una llanura, una meseta, otro accidente, no geográfico, en donde, por su propio agotamiento, se debería detener, por fin, esto, esto que reniega de su propio nombre, esto que se parece tanto a un cargamento.
Esto que ni un accidente gramatical logra detener.
Necesario: dejarlo caer, inconcluso y desordenado, sobre este papel.
Lo siempre de más
A dieciocho meses de tu muerte, decirte gracias por esos catorce años se parece más a una estupidez que a un acto de amor, sin embargo me atrevo –ahora- a escribirlo, porque sé que nunca lo vas a leer.
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