No hagas caso de mis palabras. No las oigas porque no dicen la verdad, yo misma soy esclava de ellas.
No leas mis ojos por favor, no son nada, son letras amontonadas sin razón.
No intentes descifrar los movimientos de mis labios, mis gestos, porque te perderás en un fantástico engaño del que no sabrás salir.
No apliques el estudio del lenguaje corporal en mis manos, mis hombros, mis caderas. Sólo te hundirás más en las arenas movedizas de mi teatro ambulante.
No soy más que una máscara apolillada, un ninot de aficionado que en nada se asemeja a mi verdad. Una careta de feria, la de la bruja con nariz grande y verruga o la del político pinocho de turno.
Junta tus manos, húndelas en mi pecho, atraviesa mi piel y ábreme en canal. Despójame de este cutre disfraz que me pesa hasta hacerme morir en vida. Mira en mi centro y descubre mi verdad, mi luz que no ciega pero que impregna, que no quema pero que no te permitirá pasar frío nunca jamás.
Libérame de este uniforme de cadenas y descubre lo que ni yo misma vi nunca de mí, lo que me siento incapaz de alcanzar disminuida de rincones en los que seguir barriendo la caspa que enturbia mi vida.
No temas por los demonios, desaparecieron hace mucho hastiados de tanta reposición barata.
Ahora que las luciérnagas interinas iluminan los árboles a costa de los presupuestos municipales, tan falsas y mentirosas como yo, mi rostro de cera se derrite ante tanta destrucción de la verdad.
Las sombras me engulleron y sin tus manos no sé desnudarme. |