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Estas son ocasiones en las que vale la pena comenzar por contar un suceso inexplicable y aquello que debe ser contado ocurre en el silencio como cuando Román salió de su casa durante una noche en la que no hizo más que intuir presencias que sospechó que se hallaban reunidas en algún lugar de la noche, ya sea proveniente de algunas de las raras nubes negras que patrullaban sobre la ciudad o en seres inexplícitos provenientes de las sombras reuniéndose en algún callejón y Román sabía con un filo de terror que él debía estar vinculado con todo eso.
Salió de su casa de plástico en donde las telarañas crecen como plantas ávidas de succionar del suelo por sus puntas, en donde los pájaron gritan durante la mañana groserías e improperios a todos los pasantes para que no disturben el sueño que hace posible el día, el donde el suelo se hunde con cada paso que Román da y aparecen rostros por los dobleces de las cortinas, todos sususrrando voces, tomó por la esquina de la derecha hasta hallar fuego en donde los pulpos calientan sus tentáculos de puedra, saludó, con mucho respeto y se puso a perseguir sombras y el vuelo de las hojas de los árboles que a esas horas solian caer con un murmullo de silencio.
Y ahí estaba ella, sin nombre, pura presencia espectral.
La formación de rostros en las lagunas arcoiris de gasolina, el brillo de una estrella fugaz, el temblor de la serpiente bajo la tierra, todo para que en un segundo él se hallase ahí.
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Texto agregado el 01-01-2008, y leído por 116
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