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CAPITULO TRES

Mariela, cuida a tu mamá y a los tuyos se decía el muchacho, mientras iban descendiendo y empezaba a clarear ese aciago día. Entrando en los arrabales industriales de la capital.

¡Atención! Corran la voz. Todo aquel que nos amenace. Disparar a matar, no hay otra salida. Hay que lograr nuestro objetivo.

Juan avanzaba junto a la sección que le correspondía. El sudor le corría por el cuerpo y le nublaba la vista y la tensión iba en aumento.
Disparos mas adelante, distantes esporádicos su eco rebotaba contra las paredes de las construcciones que iban pasando.
Gente sorprendida, mujeres curiosas, niños rientes. Muy pronto todos se escondían ante la cara de pocos amigos de los soldados.

Juan pensó: mucho mejor, mucho mejor. No quería disparar a esa gente que hablaba el mismo idioma y tenían las mismas costumbres. Mierda pensó el muchacho. Si son todos chilenos, aquí no hay enemigos extranjeros. Que lío ¿Qué estará pasando? ¿Para adonde vamos?... Ojo avizor y atentos, decían los oficiales...

Más tensión, más fuerte se apretaba el arma y el dedo curvado en el disparador. Solo faltaba un grito y se desencadenaba toda la furia contenida.
Juan comenzó a caminar como autómata, sus pensamientos se le escapaban por la boca...Repetía Mariela, Mariela mi amor, no salgas a la calle.

Mariela lo llamo por teléfono a su casa y le decía entre mimos – ¿Te veré este domingo? ¿Cuándo me llevas a conocer tu casa, tu mamá? El le repetía con mentiras- Mi madre no está. Yo estoy solo en casa. Que lindo repetía Mariela – Llévame a tu casita ¿Quieres? .

Juan casi quería ceder. La amaba y también la pensaba distrayéndose en sus formas juveniles, en sus labios llenos, en su piel de un tostado que le quitaba el aliento; mientras bailaban en las reuniones de la juventud del barrio, que no dejaban de pasar su propaganda política, entre canción y canción.

El solía pensar: Si me agarra el SIM seguro que me iría para adentro arrestado por un tiempo. No sabía el pobre muchacho que para esos momentos esa falta se iba a pagar con la muerte. Dejo de pensar y se apretó más a su compañera.
Mariela acariciándole el cuello le decía: Fresco y lo besaba y soñaban que este mundo valía la pena vivirlo.

Pasaron microbuses y camiones por la esquina un poco distante aún. Las gentes iban gritando consignas y banderas. Ya se había corrido la voz de la avanzada del batallón. Vino la voz de alto. ¡Revisar armas! y se dividen , quedando el con un amigo de grado teniente, un sargento ceñudo y silencioso, los cabos y el personal de concriptos, que más parecían un grupo de escolares de caras rojas y preocupadas.

Frente a ellos de abría una plaza, en que se veían grupos alborotados y gritones.

El grupo de militares se abrió en abanico tomando sus posiciones. El teniente le dice al sargento – Fuentes, dile a esos, empleando una palabra más que fuerte – que se vayan para sus casas .

Fuentes se acerca al grupo de mas de 100 personas. Váyanse huevones, es la última vez que lo decimos. Una nube de piedras se abate sobre el uniformado, dejándolo tumbado en el suelo. Eso bastó para que el teniente diera la voz de fuego. Fue el infierno desatado. Los pocos que arrancaron lo hicieron heridos.
El resto quedo en el pavimento de la calle cerca de Fuentes el sargento que estaba vivo y maldiciendo el haberse acercado tanto.
Juan y los otros muchachos más jóvenes temblaban con la adrenalina saliéndole por los poros.

El espectáculo era dantesco. Cuerpos retorcidos, otros gimientes y sangrantes. Los más estaban muertos y muy quietos y con sus ojos abiertos incrédulos mirando al cielo.

Juan se escapó montado en su mente a ese día en que Mariela le decía- ¿Te gusto? ¿No me dejaras nunca? ¿Soy tu gatita mimosa? El la había bautizado con ese nombre, pues de verdad era una gatita ronroneadora y mimosa. y reían llenos de dicha y de cariño.

Se sintieron zumbidos pasando muy cerca de los soldados. Todos se tendieron en el duro suelo, sabían que eran balas de fusiles o armas automáticas. Había gemidos entre la tropa varios estaban heridos, y ya estaban siendo atendidos por los paramédicos.
Juan y los restantes se tocaban todas las partes del cuerpo a ver si estaban heridos, Bien se sabía que a veces las balas los atravesarían sin sentir el dolor, solo cuando caían se darían cuenta de la gravedad de sus heridas.

Respondían al fuego que les llegaba de la industria que tenían al frente. Al ruido del tiroteo llegaban mas tropas y el capitán al mando dice: Tumben esas puertas y acabemos con esa resistencia.
Los cohetes fueron disparados echando abajo las puertas; pero antes muchos de esos artefactos pasaron por entre las rejas, dejando una estela de muertos y heridos.

El tiroteo no cedía y la tropa disparaba para terminar con la resistencia.
Los concriptos obedientes a sus oficiales respondieron el fuego que recibían mirando a su vez las ventanas que quedaban detrás de ellos, que eran las casas en donde vivían muchos de los trabajadores de esa fabrica.
Juan siempre había venido a casa de Mariela de noche y de la mano de ella, así que de día no se ubicaba mucho.

Avanzaron hacia las puertas de la industria, pocos disparos les llegaban. La resistencia ya había terminado. Entrando en patio de la industria ven el cuadro de gente tendida heridos y muertos. Juan ve con horror al padre de Mariela. Se acerca para examinarlo y constató que estaba mal herido, llama a los paramédicos para que lo atendieran, orden que fue negada de tajo por el oficial al mando.

Deja a ese hijo de puta tirado ahí. A cumplir con tu deber se ha dicho.
Le llega la orden perentoria, alejando al muchacho del lado de Felix que ya lo miraba incrédulo.

Nomade....

Texto agregado el 31-12-2007, y leído por 108 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-05-2008 Que terrible ironía; estar justo del otro lado. No quería creer que esto había pasado en mi Chile. pantera1
07-01-2008 Realmente pintas con crudeza y romanticismo una parte de la historia de tu pais "trágica" como la de Agentina y de tantos países latinoamericanos. te dejo mis****** besotes Matilde: recordando mancuspia
 
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