Desde el primer segundo supe que la cosa no vendría bien. Al brindar por el año que llegaba, la copa de champaña resbaló de mis dedos y fue a estrellarse contra el piso. -Alegría, alegría- gritaron todos, pero yo, mientras contemplaba desconcertado los añicos del cristal navegando en el licor, tenía la certeza que eso era un mal presagio. Este incidente me amargó la noche y los abrazos se sucedieron mecánicamente, pues tenía la plena convicción que nada ni nadie podría desatar ese malhadado sortilegio.
Todo ocurrió tal y como lo presentía. El dos de enero me llegaron, al mismo tiempo, una orden de embargo y una carta de la Inspección del Trabajo en donde se me comunicaba que se me rescindía el contrato por una causa que se fundamentaba en una ley cuyo número ahora no recuerdo. Un ejército de seres oficiosos vació mi casa, retirando de ella mis objetos más preciados. Al día siguiente, mientras me encaminaba a las oficinas en donde efectuaría unos trámites con el afán de recuperar mis cosas, fui víctima de un robo en el cual me sustrajeron el dinero que había conseguido para pagar la deuda.
Así sucesivamente, día a día me fueron ocurriendo terribles accidentes en los que fui enyesado por rotura a la clavícula, operado de urgencia por una peritonitis que casi me lleva a la fosa, un tifus traicionero me tuvo en cama durante tres semanas y en plena mi convalecencia se incendió mi casa y quedé a brazos cruzados y con sólo lo que llevaba puesto encima. Mas tarde sufrí timos de toda especie, estafas en las que me involucraron seres de mala calaña, por lo que caí preso y ya en prisión sufrí graves atentados contra mi honra, pero no por ello mi virilidad tambaleó ¿O si? Y después de todo eso, mi ex esposa me entabló una demanda por pensión de alimentos sin considerar la muy desatinada que yo estaba en la más absoluta inopia. Caí preso nuevamente pero esta vez tuve la fortuna de conservar mi honra indemne pero igual me robaron una cadenita que era regalo de mi abuela y que conservaba como hueso santo.
Día a día y mes a mes, a trastabillones, vendado como una momia y en la más absoluta escualidez, contemplé como este año maldito se deshojaba simbólicamente en la pared de madera del cuartucho que me había entregado la Municipalidad y al cual le cambiaba candados todos los días porque era sistemáticamente desvalijado por ruines seres que me robaban el pan duro, la sopa descompuesta y mis pulgosas frazadas que tenía que conseguirme luego con la asistente social, la que ya comenzaba a mirarme feo pensando que yo hacía turbios malabares con los cobertores de segunda mano que se me asignaban con tanta frecuencia.
Así, llegamos finalmente a este día grandioso, en el cual, una vez más, estábamos a la antesala del 2006. Una vecina caritativa me regaló una botella de champaña de dudosa calidad pero, que le vamos a hacer, ya que a corcel obsequiado no se le contemplan las piezas dentales. Por lo tanto, he pegado a mis dedos con adhesivo instantáneo el único vaso que me queda y aguardo a que el reloj marque las cero horas. ¡Ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, dos, dos, dos y el maldito reloj se detiene dejándome cautivo en el tiempo y me pongo a gritar y a llorar porque lo único que deseo es dejar atrás tan nefasto año, y me revuelco en el piso y bramo, hasta que se abre violentamente la puerta y dos señores de blanco me sujetan con mucha dificultad. Estrello el vaso pegoteado en mi mano en la cabeza de uno de los personajes y esto provoca que un hombre de gran envergadura física me abrace con fuerza y yo, despistado le digo: -¡Feliz año nuevo! pero este tipo me continúa sujetando mientras otro me coloca una especie de camisa con extrañas extensiones que me aprisionan luego a una camilla. De inmediato soy introducido en una ambulancia que parte ululante entre el estruendo de los fuegos de artificio y la algarabía de la gente.
Todos viven felices en este lugar en que ahora me encuentro. Cada uno carga con su estigma, pero, parecen sobrellevarlo con relativa facilidad, engañando a los demás y mintiéndose a si mismos. Por mi parte, a nadie le digo que todavía no logro desembarazarme de este año siniestro que me tiene atrapado en su último suspiro. Así, en el umbral de esos trescientos sesenta y cinco días que otros ya sobrellevan contentos sobre sus espaldas, yo ideo intrincadas tácticas para liberarme de ese segundo que me separa de la felicidad…
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