Shhh... ¿Estás solo o sola?

¡Bien!
Pues, te voy a contar una historia:

En un lugar muy lejos de aquí y bien cerca de allá, está situado un pueblito con tres casas y una letrina; dispuestas como piezas de dominó sobre una gran mesa de arena. Balón se llama.

¿Porqué asignarle a un pueblo, tal nombre? – te preguntarás.

- Yo tampoco lo sé; pero sigamos con la historia para ver si lo comprendemos. –

El pueblito Balón se asienta entre los valles del Trompo y La Rayuela; sobre una meseta de arena denominada El Ponkey.
El viento oloroso a fruta fresca, levanta ocasionalmente la alfombra de tierra de Balón; produciendo un baño involuntario a las tres casas y la letrina.
Provocando también, que sus ocupantes (sólo las casas, aclaro) despierten, y, uno en uno vayan saliendo a recibir los granitos de la ventisca inoportuna.

De la primera casa, asignada con el nombre de Ciencia y Poder – escrito en un rótulo en alto relieve, colocado encima del umbral de la puerta – aparecen: Julián, Adrián, Paula, Maura y José; levantando los brazos unos, otros alargando el rostro – víctimas de un bostezo infinito - . Todos/as no pasan de diez años; es más, todos/as tienen nueve años con diferencia de hasta un mes máximo entre ellos/as.

De la segunda casa, con el nombre de PinPon, – dibujado con acuarelas en una lámina de triplex - trotando y saltando salen: Andrés, Paúl, Raúl, la Churona y Mayra. Ellos/as tienen seis años con pocos meses, todos/as.

De la casa restante, llamada Dada, – garabateada en la puerta así, con tizas de colores – expulsados y en tropel: la Negra, el Bolas, Juanchín, Nacho y la Meche levantan el polvo del frente de su casa con juegos, saltos, trampolines.

Los niños y niñas de la casa Ciencia y Poder – en especial Julián y Adrián – miran de soslayo a los chicos de las otras casas. Ingresan en bloque nuevamente a su hogar, y asimismo salen cargados cada uno/a de sendas mochilas, grandes y pesadas. Se alejan de los demás, dirigiéndose al borde de la meseta, (entre la arena y la hierba) como magos empiezan a sacar de sus bolsos, cuadernos, lápices, libros en vez de conejos. Julián y Adrián, uno en cada extremo del grupo, vigilan que sus compañeros mantengan clavadas sus miradas en esos artilugios de mago aburrido.
Paula, Maura y José, con el rabillo del ojo observan a sus vecinos; atacándoles la nostalgia de cuando eran así. ¿cinco años?... bueno.

Los/as de la casa PinPon, parados frente a ella no se separan; espalda con espalda observan unos/as a los que salieron con las mochilas y otros/as, a los de la casa contigua. En su mirada se advierte la curiosidad y alegría aplacada por algo ¿qué será?. Andrés, Paúl y Mayra reproducen lo que sus mayores hicieron; extrayendo de sus mochilas libros, plastilina y tubos duros de colores. Asimismo dirigiéndose tristes y resignados, al otro extremo del primer grupo. ¡Pero la Churona y Raúl no!.
Ellos se alejan en dirección de sus vecinos mas pequeños, a pesar de los gritos de amenaza de sus compañeros, de Andrés en especial.

Todo esto pasa inadvertido para los de la casa Dada; éstos se organizan de tal manera que todos y todas juegan: rayuela, trompo, cocos, la cuerda, penitencias, etc, etc. A más de los cinco se les incorporan Raúl y la Churona.
Los siete, ya hartos de jugar en la arena, se dirigieron en busca de comida al valle, ya que su amigo el viento les había avisado que el suelo y los árboles rebosaban de extraños cuerpos de colores...¡comibles todos ellos!
Caminando iban cuando de pronto, como el capillo con que jugaban a veces y se tiraban entre ellos, saltó a sus rostros pero esta vez arrojados desde abajo, y quedaban flotando alrededor de ellos/as – como dándoles la bienvenida a su territorio -. Eran blancas, rojipardas, platedas, doradas... con antenas y una pancita, que exhaustas, se acostaban a descansar en la flores que habían.

La Negra a tientas, se acerca a una de ellas suavemente, la agarra y coloca con delicadeza en la palma de su mano izquierda; acaricia esa especie de tazo pequeñísimo, quedando la huella de su experiencia en las yemas de sus dedos.
Todos/as se empujaban impacientes por mirar y tocar, si se podía. Luego de haber satisfecho su curiosidad dejaron ir a ese tazo con patas y barriga.

Admirados advierten las voces del Valle.
¡sssrrrrrrrrrrrrr!
¡croack... croack!
¡friii friii friii!

Había muchísimas y variadas, pero no los asustaba; mas bien impacientes retiraban rocas, hierbas, troncos, en busca del origen del sonido. Lo que provocaba la huída en polvorosa de los cantantes.

Hasta que por fin –gracias al olor- llegaron a un árbol de manzanas.
Colaboraron todos/as: la Churona y el Raúl por ser un poco más altos y fuertes, soportaron el peso de la Negra, que hábilmente arrancaba y soltaba las manzanas, para que el Bolas, el Juancho y la Meche las recojan... ¿Y el Nacho?.

- Orinando

Hartos y empanzurrados, se echan boca arriba en el prado, viendo elefantes, perros, gatos y demás animales, que esa especie de algodón formaba en el cielo. Acompañadas/os de los cánticos y tonalidades de los músicos que volvieron a ejecutar sus sinfonías.
Bajaron la mirada un poco – persuadidos por el sol – observaron a los niños de la casa Ciencia y Poder y a los restantes de la PinPon.
- Cruzaron sus miradas. Percibiendo en ellos una tristeza; en los de Ciencia y Poder de cuatro años, y en los otros, una melancolía reciente.
Como resortes, se incorporaron comenzando a cargar en los dobleces de sus sacos manzanas que habían sobrado, más otras que arrancaron del árbol. Emprendiendo el camino de retorno a sus hogares y vecinos. La Churona y el Nacho se rezagaron:

- ¿Por qué?

Para invitar a unos capillos con patas, a ser llevados en sus palmas suavemente, y dejarse conocer ante los/as niños/as de las otras casas.
Que los observen en vivo, y palpen a los seres que conocen... pero sólo en los dibujos de sus libros.

FIN.