El Dólar
Tenía que ir a Montevideo para señar mi próximo viaje a Egipto. Mientras esperaba en la carretera el ómnibus que me iba a llevar a la “gran ciudad” como llamo a la capital, comencé a soñar para mi, pensando que lindo sería encontrar una billetera llena de dólares, lógicamente sin nombre ni dirección porque si no la iba a devolver, para pagar el viaje que era bastante costoso.
Al llegar, señé en la agencia de viajes el monto y seguí haciendo los diferentes mandados que siempre hago cuando voy a la capital, para no tener que ir muy a menudo. Una vez por mes, me es más que suficiente, porque no me agrada el gentío, ni el ruido, ni la suciedad, ni los pozos en la vereda. Me gusta la tranquilidad del lugar en el cual vivo, en donde lo que más se oye es el canto de los pájaros.
Cuando terminé, me dirigí a la terminal de buses para tomar el mío. Cuando subo estaba vacío salvo por una persona que estaba sentada bien al fondo. Mientras voy por el corredor elijo con la mirada el lugar, y habiéndolo elegido me entro para sentarme al lado de la ventana. ¿Y que veo sobre el asiento?: un billete de un dólar americano.
En el Uruguay se paga con pesos uruguayos. Es verdad que muchos artículos se compran con dólares, inmuebles, coches, electrodomésticos, y hasta en el supermercado se puede pagar con esa moneda, pero no es algo que se tiene usualmente en el bolsillo o la cartera. Yo por lo menos no la tengo. Encontrar ese billete por lo tanto no era lo común.
Recojo el dólar riendo y digo para arriba”está bien, recibí el mensaje, oyeron mi pedido y quieren colaborar con algo, pero el resto lo tengo que pagar yo”.
Y así lo hice.
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