"Helena, cuando se miraba en el espejo, al ver las agrietadas arrugas de su rostro hechas por la vejez, lloraba y se preguntaba, por que razón fue raptada dos veces".
Leonardo da Vinci
El tiempo es abusador, criminal, sucio, perro,
desgarrador como un cuchillo impiadoso,
como una bala ciega, como una daga loca.
Miren lo que ha dejado
de una hermosa muchacha.
Ha dejado las sobras de unos rojos labios,
los restos de un mentón enérgico,
el sobrante desperdicio de unos senos sensuales,
la arruga de una pelvis cuyo rojo era fuego
y ahora es sangre triste y transparente
porque hasta el río mensual se lo ha secado.
Miren el cadáver vivo que ha dejado el tiempo
de una hermosa muchacha.
Esta vieja es hija de ella misma,
hija de su hermosura,
heredera ilegítima de una muchacha
que ponía a temblar las calles,
que hacía pecar al viento.
Esta vieja que mira hacia el cielo
y sólo nos deja ver una áspera soga
yendo del pecho al cuello,
una papada que desprestigia su historia,
que han sustituído aquella cerviz besable,
aquel mentón chupable,
aquellos labios arrancables de pasión,
de sexo sublime y animal,
de angel y bestia aliados
corriendo raudos a los despeñaderos del placer.
Miren lo que ha vomitado el tiempo
de una hermosa muchacha.
Esta vieja es la madre de ella misma,
porque al revés ha sido el parto:
la muchacha deslumbrante
parió a la vieja incolora,
llena de hidropesía su piernas,
hartos ya de artritis sus pobrísimos huesos
ahíta su piel de celulitis
doblando su bandera
al canto de la elegía de su derrota.
Ella dice que tiene cáncer de la sangre,
pero no.
Su cáncer no está en la sangre.
Tiene cáncer de años.
Su cáncer está en mirar la foto
de esa mujer que fue
y quiere volver a ser
en el imposible decurso del tiempo
que se niega a ser mujer de Lot,
que se niega a volver los ojos
a su espalda.
Miren cómo ha enlodado el tiempo
a una hermosa muchacha.
Un detritus humano, una sobra,
una ñapa, un excedente de carne
por toda el alma del cuerpo,
un excedente de dolor por todo
el cuerpo del alma
es lo que ha dejado
el secreto machete criminal de los minutos.
Es el basurero de la hembra que fue.
Ella cree que está viva, pero no.
Es el cadáver andante,
el féretro, la caja, la prision,
la oscuridad eterna de una difunta hermosa,
de la muchacha que ha muerto
sobre sus carnes,
de la muchacha que ha sido hecha un recuerdo fotográfico.
Miren lo que le ha sobrado al tiempo
de una hermosa muchacha.
Unos pies que se arrastran, dificilmente andables,
un bastón que busca ser ojo y sostén,
unas manos que tiemblan,
que derraman el café en la santa hora del Te,
una memoria que no se acuerda ni a sí misma,
el llanto gastado en unos ojos
de los que ha huido todo, todo, todo.
Las lágrimas, los internos músculos del párpado,
las cejas, las pestañas, la cobertura del disco ocular,
el brillo de los iris.
También el cielo y el mar y los colores
han huido de estos ojos, que ya no ven,
por ellos ve el pesado lente, la montura de cien libras
y los gruesos fondos de botella
se interponen entre ella y el mundo.
Miren lo que ha tirado el tiempo al lodo,
de una muchacha hermosa.
Palabras inconexas, perenne hipo,
incoherente amar,
porque ya no sabe gozar,
esta ex-muchacha bella,
sus labios olvidaron los trucos del beso,
sus manos han perdido la pericia en las caricias,
el vientre ha perdido sus armas de golpear,
las rodillas han perdido la profesión del gusto,
y las piernas su especialidad en el temblor pasional,
sólo vibra el pequeño mal, la gran artritis.
Esto queda de la ex-petulante, ex-lisonjera,
ex-comparona y ex-prepotente muchacha que en la calle
marcaba el paso del tránsito
con sus tacones altos y
el mundo todo le giraba en su cintura,
y perturbaba la economía domestica en todo hombre,
hasta al más cuidadoso
lo hacía gastar en ella su mirar y su oir.
Esta era el hembrón que hacía ateo al cura
cuando entraba a su confesionario
y lo ponía a querer confesarse él ante ella
en una alegoría del sacrilegio.
Miren lo que ha lanzado el tiempo por la borda
de una muchacha hermosa.
Unos cabellos que odian tanto el color
que ya rechazan los tintes,
sólo aceptan el blanco tembloroso
y la brillante calvicie
que tira el mechón de pelos que inventó Nina Ricci,
Oscar de la Renta o Yves Saint Lorenz,
esos cosmétimédicos que intentan enfrentar la muerte de lo bello,
que intentan retener a la muchacha hermosa
que se escapa en las manchas,
que huye en las puntualísimas arrugas,
que no hay mano que detenga,
que no hay viento que devuelva,
que no hay bisturí que pueda
tirar lo que aquí falta o allí sobra,
ni bolsa de aire o grasa que detenga
la carrera de la muchacha hermosa
que con pies ligeros huye del rastrojo.
Pero el tiempo no es sexista, no respeta tampoco
la juventud apuesta de los hombres
que también hace añicos en su igualdad de sexos destruidos
y cuerpos echados al averno antes del juicio.
Miren la miseria que ha dejado el tiempo
de aquel sonriente joven,
de ese aperitivo por el que mojaban los panties las mujeres,
exquisito manjar de sus inicios, plato fuerte y postre
que amaba el sexo débil.
Miren el descricaje, los flecos que ha dejado
de un feliz y audaz adolescente.
Miren cómo ha destruido el tiempo al macho esbelto,
cómo se mofa de sus músculos,
se burla a carcajada limpia de su fuerza
y produce una muerte prematura
de un antiguo y místico pene
que convierte en un triste escarabajo estercolero
despedazado segundo tras segundo sin piedad.
Miren los dientes faltantes y la pus amarillenta,
la gangrena que ha dejado en todos la peste de las horas.
Miren los crímenes del tiempo
dejados como ráfagas de lobos,
lo que han hecho del niño que ayer fuimos:
nos robó el mundo que había en el negro y azul
de noche y día que parecían eternos.
Miren como al bebé le robó el tiempo
con violencia su risa que lo hacía parecer
Dios de nuevo hecho hombre,
en unos dientes que podían competir
con la belleza de Aquel que destruyeran
en una triste tarde
la alianza de los clavos y la espada con la sed y el madero,
y... ay,
miren lo que ha hecho con Jesús el tiempo,
ese criminal, sucio, perro, indecente, agrio, insoportable,
deleznable, amarguísimo, terrible, inhumano,
soez, prostituto, traidor, ladino,
ese asesino tiempo.
Oh, tiempo destructivo, Cronos cruel
que para tu alimento crías tus hijos,
Cronos cruel del que ni siquiera Zeus
ni Alá ni Cristo ni el apacible Krishna se han salvado.
Trapo de ollas han sido en tu cocina,
carbón, ceniza, nada ha sido para tus fauces todo.
Mira los que has hecho de la hermosa y líquida
redondez azul en que viajamos.
Mira lo que has hecho de nosotros:
podredumbre nuclear,
basurero biológico, nausea tecnológica,
pestilente desperdicio creador,
lodazal doméstico y podredumbre cyber.
De una hermosa especie, de un bello paisaje natural,
eso has dejado tú, el padre criminal de los relojes,
mira el redondo zafacón que has hecho
de un hermoso planeta.
Y lo más triste de todo,
lo que a mí más me duele
es lo que ha hecho el tiempo de una hermosa muchacha
que no puedo dejar de amar en lo que queda y ha tenido...
y lo que hará conmigo cuando haya escrito todos mis poemas. |