Se desintegran en mi boca las letras de tu nombre, se mezclan con ron crudo, se evaporan en la calle, desparramándose en brisas, son solo signos rotos, que importa que antes fuesen de metal y amor macizo. Que importa como mueran, sí mis brazos no les sirven, quizás también tu humo se amontone en otro cuerpo, te huyas como siempre, lejos a tu cueva, me quede macerando azúcares llorosos. Te llueves de mis ojos, te llueves de mis venas, te secas en mis huesos, te haces costra amarga, te vuelves la peor de las batallas que he farreado, que importa si me amputo el alma ahora con un vidrio. Que importa si no estás respirándome la boca, meciéndote de espaldas guindándote a mi pecho, que importa si estoy yo sin callarme la amargura, bebiéndote en botellas, enredándome contigo. Y vas encorajinada, rabiosa e insalubre, altamente triturada, molida y desafecta, desechándome de adentro, absoluta y convencida, que por luengo de relajo lujuriaba en otro lado. Que yo nunca adiviné que te amaba como toro, que a tu lado se encontraba la tranquilidad precisa, que yo nunca sospeché que me iba a convencer de entregar la cornamenta y renunciar a los candados. Con el corazón cortado, sin ti soy más basura.
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