Javier levantó la mirada después de dos horas de mantenerla clavada en el monitor de la computadora. Se sentía cansado y ansioso: desesperado. Pasó la noche despierto con la intención de comenzar una historia ficticia que impactara a Cosette, su nueva pretendida. Él le había dicho que era escritor pero aún no le mostraba nada de su trabajo. Apenas llegó a su cabeza el recuerdo la mujer y sus manos comenzaron a temblar. Tomo tres pastillas del frasco y se las echó a la boca, fueron las mismas que durante toda la noche consumió de manera reiterada para mantenerse despierto. Después de tragarse los comprimidos y en plena convulsión, agarró un vaso con agua del que apenas pudo tomar la mitad; el resto del líquido se derramó entre el escritorio y sus pantalones.
Desde la ventana del departamento se podía mirar la copa de la jacaranda que florecía en todo su esplendor con los colores violeta y azul rosáceo. Las flores caían al cesped formando una lluvia densa de color lila a pesar de que aún no era el otoño. Él se levantó de la silla y se acercó al cristal, aún temblaba; contempló algunos minutos el ir y venir de la gente, imaginó las conversaciones y calculó el momento en el que los murmullos de la calle se convertirían en ruido. Su habitación, en cambio, permanecía inundada de silencio.
La mañana prometía un día frío y húmedo. El reloj digital marcó las nueve y la alarma rompió el silencio para alertar a un Javier ojeroso y torpe del paso de los minutos; él, entonces, se alistó para bañarse y desayunar. Se sentía tenso, insatisfecho; dos meses habían pasado y, él, era incapaz de concretar una idea que terminara en cuento o en cualquier cosa que se acercase a una historia. Dió un sorbo al café y encendió un cigarrillo. Releyó el último par de líneas escritas y le pareció desconocido, inentendible. Pensó que él nunca podría escribir nada atractivo para cualquier lector. Pensó que cada una de las palabras eran imprecisas, que nadie podría entender sus ideas, que los adjetivos de la historia habían sido creados para otra, para un mundo distinto. Con esas ideas llegó a la última cuartilla y no pudo evitar sentir tristeza porque los personajes se movían sin vida, sin decisiones propias.
Javier sintió ganas de tomar el teléfono y marcar el número de Cosette; la conocía desde tres meses atrás y le había prometido que sería la primera en leer la nueva historia. Después de algunos segundos de quedarse contemplando el aparato telefónico prefirió no marcar. La inseguridad y el miedo al rechazo, tan recurrente desde que era un niño, ganaron la batalla en su interior. |