Su padre Brauslor apenas se enteró, llegó a su encuentro raudo como la luz que emanaba de su ser.
El era omnipresente, de ojos expresivos color miel, que cuando se agitaban se tornaban amarillos como el sol.
Siempre lo habían catalogado sus huestes como un señor iracundo y feroz; pero en el fondo este demonio era un ser sorprendente..nada ni nadie lo había superado jamás.

Tomó a Askrizhal entre sus brazos, y le colocó sus manos blancas suavemente sobre su herida. Ella sangraba profusamente, pero aún le sonrió, y acercándose a su oído le susurró : ¡Padre ayúdame a vivir, no dejes que mi corazón se detenga y congele en este palacio de cristal!. Brauslor deshecho y furioso gritó : “Juro por mi vida que ese maldito demonio no vivirá un solo día en que no sepa que el infierno perpetuo será su condena. Yo Brauslor señor de los abismos le pondré fin a su poder”.

Ella lo miró tristemente, y le suplicó que no lo hiciese. El entonces llenó de lágrimas una vasija, y con ésta lavó la profunda herida de su amada hija. Luego le cosió con una hebra de su cabello el pequeño pecho para que la luz de la hermosa demonio no se escapara más.
La cuidó durante un tiempo..nunca estuvo tan cerca de ella como ahora. Askrizhal lo amaba, lo veneraba, y lo respetaba. Sólo por él volvería a reinar.


Cuando Brauslor decidió marcharse, sin que su hija se diese cuenta, colocó sobre la yerma tierra del jardín de ella unas semillas de un tipo de rosas muy rara. Le dio un beso infinito, y le susurró dulcemente : “Askrizhal reina azul, yo te digo que cuando sea el momento tu jardín volverá a crecer”..