La reina Askrizhal pensó que, después de tanto tiempo ya no sentiría. Su vida había sido hasta ese entonces una reclusión perpetua de su corazón.
Deambulaba con esa mirada quieta, y cuando pasaba por su jardín ya no se detenía.

Había tratado..intentado rehacer su reino, pero éste ya no existía.
Algunos viajeros trataban de ver su palacio de luz, otros intentaban algo que detestaba : Acercarse a ella demasiado.
Cuando bajaba a la tierra miraba a los simples hombres, pero no sentía inquietud ni curiosidad por ellos.
Muchas veces trató que su corazón no se congelara, y buscaba el placer efímero del calor masculino que tomaba para saciarse.

Hasta que un día lo vió a lo lejos. Era él pero ya no era azul. Su color ahora era como el alquitrán tan negro y lustroso, pero a la vez tan humano. Ya no había nada de demonio en él, era sólo un hombre como tantos...sólo que su corazón se agitó, se desgarró y murió ahí en el mismo instante en que lo perdió de vista.
Sintiéndose cuál cadáver, susurró al viento la última palabra de amor que saldría de su pequeña boca, y le dijo : “adiós para siempre”.
Rodeado de tanta gente él ni siquiera la escuchó; ya no tenía el don particular de presentirla; o quizás lo hacía pero lo ahogaba en su interior como asesino furioso y frío.

Cansada de ver que en sus ojos vacíos la penumbra los había invadido, Askrizhal subió a su morada, cruzó su jardín desierto y esperó..
Sabía que algún día él vendría como verdugo encubierto, y mientras ella estuviese dormida, le pondría fin a su sueño (ese del cuál ella quería escapar).
Un día de pronto abrió sus ojos, lo vió agazapado junto a ella. Tenía en la mano algo metálico y brillante. Lo empuñaba con ira y su mano negra y seca le alcanzó el corazón aún tibio. Entonces Askrizhal supo por fin que la pesadilla había terminado.