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Lunes a puro desgano. El Tarta Cardacci, vendedor de diarios a perpetuidad, creyó respirar algo raro pero no le dio importancia. Saludó al tipo del autoelevador y siguió de largo.
Conrado Bilbao, encargado de acomodar los autos reventados en la cuadra de la policía, chofer por horas del Yale municipal, dependiente del corralón. El hombre, a punto de jubilarse, está peleado a muerte desde hace años con el que iba a ser su jefe, el Colorado Marotte, en el nuevo gobierno. Usa anteojos culo de botella después de la cuarta operación del ojo izquierdo y es muy buen amigo de la ginebra. Los manojos de chapas producto de choques brutales, incendios, barreras de paso a nivel levantadas por error o tiroteos fatales, viajan hasta allí en un semiremolque contratado que trabaja para varias seccionales y al que se le paga por unidad: más chatarra, más plata. La descarga del Peugeot 504 amarillo se hizo muy temprano, justo el día de la ceremonia de asunción de las nuevas autoridades, para evitar problemas de tránsito a doscientos metros del Palacio Municipal. Todo el mundo entraba y salía de los edificios públicos alrededor de la plaza, pasos apurados, pisos limpios como nunca, luces encendidas en pleno día, fervor democrático en los abrazos de pasillo. En el apuro nadie firmó el remito del viaje, aunque este detalle poco aportaría para entender lo sucedido.
La semana en la que sucedieron los hechos fue la primera de calor intenso de la temporada. Desde el lunes fatídico, la temperatura no bajó de los 30 grados, día y noche parejito, apenas una brisa tibia a la madrugada. También es importante decir que fue cerca de fin de mes, cuando todo el mundo tiene la mitad de la cabeza puesta en calcular cómo va a llegar hasta que le depositen el sueldo.
Aquel martes, las hermanas Mircoli rubias y curvosas como siempre, advirtieron que en el aire había algo extraño, pero se rieron pensando que debía ser por la conjunción de Saturno y Neptuno en el signo de Aries.
Los dos márgenes de la cuadra de la comisaría viven colmadas de autos chocados, tal es así que varios vecinos han elevado infructuosas cartas de quejas por no poder estacionar los suyos frente a sus casas. El Peugeot amarillo quedó en la esquina, justo a la altura del cajero automático del Banco Reconquista, pegado al portón policial.
Allá por el miércoles se reunió el Foro de Seguridad. El abogado Berceli bostezó más que de costumbre y la contadora Tressi estornudó muy seguido. Los demás sintieron picazón en la garganta y apuraron la sesión. Después de lamentar algunos robos a los que llamaron menores, firmaron un acta y se fueron a dormir temprano.
Desde que aumentó la exigencia de personal patrullando las calles, el comisario Fiorito –en sintonía con el referido Foro- eliminó la guardia permanente en la puerta de la seccional. En épocas anteriores el agente de turno era el encargado de recorrer la cuadra por lo menos tres veces durante el lapso de su jornada.
Ya avanzado el jueves, un grupo de Gerentes de Personal representantes de poderosas industrias descendió del minibús que los traía de almorzar en el lujoso Hotel construido con dinero lavado. Desviaron su camino en la cuadra de la comisaría, porque la sensación era insoportable. Para evitar molestas conclusiones apresuraron el paso y subieron a los tres autos que los esperaban con aire acondicionado.
Al cajero automático va mucha gente, a cualquier hora, siempre nerviosa, concentrada en los que pudieran merodear la cabina listos para aprovechar un error de la máquina o arrebatar el dinero extraído. Todo el mundo está alerta para huir. Lo primero es evitar ser una víctima más, aconsejan los manuales de defensa personal. Después se supo que alguno de los que va tres veces por semana para no tener mucha plata en la casa estuvo a punto de llamar por teléfono desde una cabina para evitar posibles demoras.
Fue un viernes atípico. Las nuevas autoridades rondaban curiosas y ninguno de los empleados que habitualmente se van temprano abandonó los escritorios. Cerraron las ventanas porque el viento que llegaba desde la hilera de coches chocados acarició miedos de infancia.
Los chicos que jugaban en la cuadra, saturados de Play Station 2 y a la espera de que abriera el Ciber Café más grande, se sintieron atraídos por aquellos bollos de velocidad, carozos de bienestar publicitario. Fueron contemplando cada modelo aplastado: un Mondeo color azúcar morena, el Polo azul marino de los mellizos Gerhund que perdieron el desafío, el Vectra del Chino Yebra, ganador de la apuesta, que terminó contra una columna a pocos metros de la llegada y el Peugeot 504 amarillo.
Primero encontraron un pedazo de saco que reptaba hacia los retorcidos metales, después al hombre destrozado contra el volante. Los bomberos tardaron dos horas en sacarlo. El olor que alambró la semana, demoró otra en disiparse. Tampoco entonces hubo nadie capaz de alterar la calma.
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