Mientras esperaba pensó en lo lento que era el ascensor, lo había llamado y aún tardó unos segundos en iluminarse la flecha de bajada, ya adivinaba en que piso estaba por la intensidad del sonido que producía en su descenso, un clack seco, rotundo, como el que produce las articulaciones de un anciano a cada movimiento, y éste elevador lo era.
El primer clack lo escuchó con malestar, el ascensor estaba en el penúltimo piso; en el segundo la impaciencia le hacía apretar el botón de llamada a sabiendas de que no serviría de nada; con el tercero sus pies tamborileaban en el parket haciendole pensar con su crujido que también el suelo necesitaba renovarse. Con el cuarto resopló en un intento de calmarse; en el quinto apoyó la cabeza en la puerta con resignación, al sexto ya poco importaba nada su llegada pues el séptimo sería por fin el último...
El clack seco se transformó en un plonc húmedo y repetitivo, la puerta se abría y cerraba despacio y repetitivamente, el cuerpo rodeado de un charco de sangre había quedado en medio de su recorrido y no dejaba que se cerrase del todo.