Alegrado en sonajeros,
mendigo de mas.
Cerrado por deformes
sonrisas piadosas.
Incierta oleada de paz,
aquella que no perdía
cuando el beso añejo,
bañaba la costa de
sus labios.
Acunado en tonterías,
de madrugadas ígneas,
de parajes remotos.
Sin control ni ruta final,
el telón nunca se abrió.
Ni siquiera ebrio recuerda,
cuando quiso no querer.
Deja de lado una voz,
que no gritó,
que mutó en llaga.
Hunde las cuatro letras,
en la fosa de lo cotidiano,
y en la playa alguien lejano
llora mareas de gracias,
inunda las fallas,
clandestinas de espanto,
esclavas del ahogo.
Una hoja se desangra
de tintas viciadas.
El naufragio urgente
golpea sus sienes,
con la fuerza voraz,
con que latía su cuerpo
al oír aquella dulce voz.