Sus achinados ojos grises prácticamente clavaban espinas seguras de su destino.
Su lengua recorría morbosamente el rojo prohibido de sus labios.
Yo la miraba mirar y me hervía la sangre, y estratégicamente ubicado en la impunidad del escorzo, podía espiar para tratar de intuir el destino de su venenoso y afilado armamento.
El colectivo seguía navegando en el océano de la ciudad, y yo seguía al compás de sus oscilantes movimientos tratando de observarla y no perder la cordura.
El paisaje que podría observar desde su acolchado trono de espaldas a la razón, eran los autos y a la ciudad, a la gente y su suciedad, pero esta exquisita fruta prohibida seguía buscando su bocadito de placer.
Los dedos de su mano derecha se deslizaban suavemente por el contorno de su carpeta, su mano izquierda empuñaba su rojo chupetín que tan cínicamente recorría la carnosa geografía de sus labios de frambuesa.
Ahora su mano derecha acaricia la suave textura de su colorida pollerita, mientras sus piernas cruzadas dejan ver la ternura de sus polainas cremita que contrastan con el negro de sus medias cancan.
Yo trato de indagar en su psiquis, preguntándome si es conciente de su poder. ¿Como osa desparramar su seducción tan impunemente? ¿Que pasa con el destinatario de su vendaval de sugerencias? ¿Con que objeto juega con aquel infeliz?
De pronto fijo la mirada en una chica que hablaba y besaba a su novio, llamaba mi atención cierta libidinosa mueca que parecía querer decir algo, sugerir, pero también la notaba mirando, ¿sin mirar? pues de tanto en tanto, mientras besaba a su chico, impunemente parecía buscar mis ojos.
De repente me olvido de la chica del chupetín, ahora me intriga la lascivia de esta otra chica que miraba para donde yo estoy. ¿Como tiene el tupé de mirarme así mientras su chico esta extasiado en la cereza de sus labios? ¿Quien sos, fruta caída del árbol de la vida?
Juan y Verónica, como si nada, hablan de sus cosas al mismo tiempo que ocultan sus secretos, y de tanto en tanto escudriñan el abismo de sus bocas.
El colectivo estaba medianamente lleno y dispersados azarosamente, cada pasajero escudriñaba en el otro, abstrayéndose y mirando a la otredad para mirarse a si mismos. Espiando.
Desde la impunidad del escorzo un joven observa los sugerentes movimientos de una chica y se desvive pensando cual ha de ser el destino de aquellos ojos.
Un joven de camisa hawaiana y pentagram apura sus pasos, una señorita muy producida se levanta de su asiento, un viejo verde arrastra sus zapatos, hay miradas, ruidos de pasos, gestos, murmullos, gotas de silencio. Un papel de golosinas apura su camino jugando una carrera con una lata de coca cola, un insecto busca algo para comer, el piso mira para arriba.
Av. Cnel Diaz se acerca, Juan y Verónica apuran sus pasos pues su destino ya llegó. Tocan el timbre, miran, bajan.
Pero no solos.
El colectivo sigue su melancólico devenir.
Se despiden, y cada uno por su lado.
Verónica regala sensualidad en su andar.
Piensa.
Se desliza como un ángel que pronto pecara y así poco a poco van tocando sus pies las corruptas aceras de la ciudad.
Pero ahora camina, y ensimismada, se coloca el auricular de su i-pod en sus orejas rojas por el frío y enfila por Las Heras rumbo a ningún lado.
Hay muchos secretos en su vida y su cabecita no para de trabajar ya que frecuentemente era visitada por conflictos que la tienen a mal traer.
Caminando y caminando, no iba de su tía como le hacia creer a su chico, y así, termina sentada en la plaza de la biblioteca nacional.
Pero ella no mintió del todo.
Ella realmente iba a visitar a alguien, a la peor de las visitas. Ella misma era su visita.
Se sentó en el pasto y dibujó destinos con sus deditos.
Se sentía confundida.
Verónica ve a sus deseos venir.
Verónica sonríe.
De repente veo como aquella asimétrica pareja se levanta de sus asiento, decido mandar a la mierda la clase, bajo del colectivo, veo como se despiden y con esa sensación de sentirse perseguido, tal la culpa del perseguidor, sus pasos decido seguir.
Perseguidor perseguido, pues veo de refilón aquella primera sinfonía de seducción.
Tras de mí, una nívea imagen avanza a pasos agigantados segura de si misma. Y aquellos dardos cargados de sugerencia repiten otras ves la misma canción seductora.
Subo las escaleras de la plaza, la figura imponente de la biblioteca nacional se yergue cual guardiana y ahí esta, aquella, quien me comía con los ojos mientras devoraba los labios de su chico.
Ahí esta ella, pura seducción deslizando sus dedos para correr el susurro de su rojizo y lacio pelo, ¡que suerte la de su blanca piel salpicada de deliciosas pecas rosaditas al recibir sus caricias!
La miro alzar la cabeza y ver la refulgente imagen que tanto me torturaba en un principio en el colectivo.
Los tres somos vértices de un triangulo exageradamente distorsionado donde dos de sus vértices están infinitamente próximos.
Frente a frente, quien me “miraba”y la chica del chupetín rojo prohibido, la de los labios de frambuesa, se estudian hasta el fondo de sus abismos.
Yo miro.
Ante mi atenta mirada veo como los dos objetos de mi deseo se funden en un solo y glorioso beso, veo el tiempo derretido, y a esas dos criaturitas en la mas honesta y a la ves sugerente unión que pudiera concebir.
Y me miran, intuyendo mi aprobación, y me miran invitándome a mirar, y me miran buscando temerosas desinhibiciones y a la ves que disfrutando con morbo el estar hurgando en mis desdichas.
Y las veo cada vez mas cerca, y ya no me miran. Y escucho ese beso eterno y ahora entiendo cada vez más aquellos dardos tan cargados de prohibida pasión. Prohibida para los demás, porque es solo de ellas dos, y si me dejan, mía también.
AZM
MMVI
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