Cada uno de nuestros sentidos tiene un valor muy especial distinto de la utilidad que usualmente les damos. Excluyendo el sentido de la vista, que es demasiado profundo como para englobar su estudio con el de los otros cuatro, podemos escribir un sumario que nos muestre la importancia espiritual de los sentidos.
Comencemos por el sentido del gusto. Nuestro sentido del gusto está profundamente relacionado con la sensibilidad emocional, porque así como percibimos el sabor de los alimentos también percibimos las emociones de los demás. En los últimos tiempos, con la filosofía de la comida rápida, se ha perdido el verdadero valor de una buena comida. Cuando muchas personas se reúnen a comer, utilizan su sentido del gusto y así pueden entrar en confianza, al satisfacer sus paladares. Una buena comida significa compadrazgo, camaradería, amistad. Si activamos nuestro sentido del gusto, podremos entender lo que sienten aquellos que nos rodean, especialmente si compartimos una comida con ellos.
El olfato es un sentido muy cercano a la intelectualidad y a los pensamientos. Es el sentido más memorioso, los recuerdos olfativos son los más patentes en nuestra memoria. A veces sentimos un aroma familiar, aunque no estemos acostumbrados a él, y podemos recordar nuestra infancia o un acontecimiento agradable. También mediante una correcta respiración se llega a una claridad del pensamiento, lo que nos sugiere que una buena percepción olfativa es el mejor recurso que poseemos para aprehender un pensamiento, por muy abstracto que sea.
¿Por qué nos sentimos tan atraídos por el sonido acompasado del tambor, por qué las culturas más primitivas lo emplean como uno de sus instrumentos más importantes?. El primer sonido que escucha cualquier ser humano es el latido del corazón de su madre, mientras aún permanece en la oscuridad de la matriz. Ese “bum-bum” queda grabado en nuestra memoria y por eso a veces nos tranquiliza escuchar el sonido de un tambor. El sentido del oído es también un sentido meramente espiritual, y lo más difícil de escuchar siempre es el silencio. Cualquier música es, en el fondo, sólo silencio, el silencio del tiempo revelado a través de ondas. Cuando el tiempo transcurre, genera ondas, al igual que cualquier materia cuando se mueve. Por supuesto, estas ondas son muy difíciles de captar, y están inscriptas en el silencio. La música que nos conecte con lo eterno será aquella que pueda permitirnos escuchar un disimulado silencio en lo más profundo de sus notas.
El tacto es el sentido sensual por excelencia. Es el sentido más inmediato, aquel que mejor nos puede conferir la sensación de vida. Cuando tocamos, cuando nos esforzamos en percibir las vibraciones que transmiten diferentes objetos a través del tacto, recibimos impresiones en lo más profundo de nuestro corazón. La piel es el camino más inmediato hacia nuestras emociones. Los dolores más grandes y las dichas más gozosas llegan, de una u otra forma, a través de nuestra piel directo hacia nuestro corazón. También posee una gran memoria. El mundo adquiere color a través de este sentido. Si no lo tuviéramos, jamás podríamos saber qué es el amor o qué es el odio, jamás entenderíamos los deseos más profundos del ser humano.
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