Es rotundo. Para muchos oficios estoy seguro de servir, otros los desempeñaría con dignidad, algunos, con extrema dificultad, pero, de seguro, el oficio ¿o profesión? de la Muerte, lo ejercería, con plena seguridad, sin ningún talento. Digo esto, por la sencilla razón que cuando creo un cuento, ya sé de antemano quien será el que deberá desaparecer, extinguirse, en definitiva, morir. Pero, en el transcurso, el tipo comienza a hacérseme el simpático, me guiña los ojos, me hace musarañas y yo, blando de corazón, reconsidero su pena, la aligero, e incluso, lo transformo en héroe de mi relato. Asimismo, los que mueren, no es por mi propia mano que expiran. Son ellos solos los que se despeñan, ellos, los que toman sus bártulos y hacen mutis por el foro.
Definitivamente, el oficio o la profesión de Muerte, la ejercerían con mayor propiedad muchos que conozco, sé que a ellos no les temblaría la mano al enviar a los desdichados al degüelladero y en su conciencia, nada haría que sufrieran un atisbo de arrepentimiento. Yo no, no podría dormir en paz cumpliendo semejante misión y ya imagino a esa guadaña de utilería, incapaz de segar la existencia de un mísero mosquito y yo, lleno de remilgos y con el sobre azul del Gran Jefe en mis manos por la tarea incumplida.
Sé que esto que digo me condenará. Que muchos de mis personajes se aprovecharán de las circunstancias para desbandarse y hacer de las suyas, con vergonzosa impunidad. Serán protagonistas de cuanta bacanal se les ocurra, escupirán mi mano y me arrojarán proyectiles punzantes, querrán escribir mis cuentos, rescribir los argumentos y borronear todo lo que se les contraponga. Total, la muerte no será la diadema negra que condicione sus pasos y, si por algún motivo, llegan a sospechar que intento borrarlos de alguna historia, me harán miriñaques, me sobarán la espalda y me sonreirán con coquetería. La Muerte es y ha sido siempre, la profesión u oficio más inmanejable de todas las que he realizado. Y eso, ya es mucho decir...
|