Parece que naciera un grueso cisma entre el vocablo y su inmanente signo; no ha de ser todo válido o indigno según se lo contemple bajo un prisma. A veces la apariencia es en sí misma niebla opaca que oculta lo benigno; Dios puede ser heraldo de lo digno o más bien un oráculo que abisma. Escindido está todo, nuestros sueños, nuestras observaciones personales; no somos más que nuestros propios dueños. Ante torpes y bífidas señales, desvaríos, azares y diseños, andamos hasta el fin de los cabales.
Texto agregado el 25-12-2007, y leído por 204 visitantes. (7 votos)