La carta que la chica había enviado a Pablo decía que debían irse tan pronto como pudieran de ese lugar, que debían abandonar a sus padres y hermanos para así poder ser realmente libres. El muchacho no entendía muy bien la postura de su amiga, y paseaba de un lado a otro de la habitación vacilando entre todas las posibilidades que se le presentaban en un futuro cercano. El trabajo práctico para la materia de “Teoría y Análisis Literario y Culturales I” seguía a medio hacer en el escritorio que daba a la ventana de la calle. Extenuado, el estudiante se echó sobre su cama y cubrió su rostro con la almohada sin poder conciliar las ideas que giraban y giraban en su cabeza como electrones descontrolados. Quiso detenerse un poco y pensar con mayor claridad las cosas.
Ellos se habían conocido en el ingreso a la universidad, y desde el primer día ya eran los mejores compañeros que había en la clase. Siempre andaban juntos, se ayudaban mutuamente y eran excesivamente buenos y considerados. El nombre de ella era Luciana, una muchachita algo pálida, de andar y gestos temblorosos, pero con una excelente predisposición para con los demás. Los compañeros la habían apodado “La señorita ternura” y ella les agradecía, a su vez, ayudándolos en las materias que mejor conocía, no porque fuera muy inteligente, sino por su capacidad natural para comunicarse con los demás. Durante dos años, las cosas habían ido muy bien y todos eran muy felices.
Pero después, cuando comenzó el ciclo correspondiente al tercer año de la carrera, era obvio que algo había cambiado. Luciana evitaba el trato con los demás y sólo iba a la universidad para asistir a las lecciones curriculares. Todo lo demás, y que en otro tiempo le había interesado tanto, como ayudar a sus compañeros, quedó en el pasado. Nadie se explicaba por qué.
El único que estaba al tanto de la situación de Luciana era, por supuesto, su novio Pablo. Sólo él sabía que la chica había sido duramente castigada por sus padres desde que algo había ocurrido en las vacaciones. El muchacho preguntaba a su amiga una y otra vez qué había pasado, pero ella sólo le contestaba que no era nada en realidad, sólo un altercado pasajero con sus padres. Por eso, le habían prohibido cualquier intento de comunicación con los demás, ellos querían que la joven se alejara del grupo pero Pablo no sabía por qué.
Fue aproximadamente en el mes de Julio que Luciana pensó por primera vez en la posibilidad de fugarse de su casa. Habló de ello con Pablo, y él le dijo que eran puras tonterías, que se preocupara más por sus estudios para terminar su carrera y ser una persona independiente. Aunque él se lo dijo con toda la calidez de un novio realmente enamorado que quiere aconsejar a su amada de los peligros que implican algunas decisiones apresuradas, ella se lo tomó muy a mal y no se reconciliaron sino hasta Septiembre.
Después, durante el mes de Octubre, Luciana volvió a insistir con su idea de fugarse y nuevamente fue detenida por Pablo. Al día siguiente de que esto sucediera, la chica no asistió a la clase. Tampoco lo hizo al otro día, ni al siguiente, y faltó por una semana entera. Cuando Pablo, preocupado, la llamó para saber por qué no iba a la universidad, ella no quiso atenderlo, y fue a la semana siguiente que él recibió la carta que en ese momento tenía en su escritorio. Todo había sido tan confuso e incluso falto de sentido, que el chico no sabía muy bien qué pensar.
Se levantó de la cama y, dirigiendo su voz a las paredes, dijo con firmeza que iba a ayudar a su amiga, y que si tenía que fugarse con ella, lo haría. Esta nueva dosis de confianza que adquirió en ese momento le permitió terminar el trabajo práctico y poder así finalmente acostarse y apagar la luz, olvidando todo. La verdad era que, a pesar de esa confianza que a veces le hacía creer ser capaz de conquistar el mundo, todavía no estaba muy seguro de lo que iba a hacer, y él mismo lo advirtió antes de sumirse en un profundo sueño.
Al levantarse al día siguiente, recapacitó sobre todo lo que había dicho la noche anterior y se dio cuenta de que, realmente, ya no sabía por qué hacía eso. Él sólo era un adolescente común, sin grandes capacidades laborales que le permitieran ser independiente, y ganarse el pan de cada día le resultaría muy difícil. Ella era una pobre “niña rebelde” que necesitaba el amparo de alguien con un poco más de voluntad que ella misma y que pudiera protegerla. Esta idea le gustaba, sentirse el protector de su querida y dulce novia, pero le parecía que ya la estaba llevando muy al extremo. Después de todo, ¿qué novio puede mantener a su novia por su propia cuenta durante un largo tiempo?. Además, sentía que cada día la quería menos, y era posible incluso que hubiera dejado de amarla.
Muy confundido, tomó sus cosas y salió camino a la universidad. Quizá ese día ella también faltara, quizá pudiera seguir ignorándola hasta que recapacite, quizá ese asunto sólo fuera algo pasajero, que comienza y termina tan pronto que todos lo olvidan poco tiempo después. Pero, por desgracia para él, Luciana sí fue ese día a clases, y se la veía muy ansiosa por hablar con Pablo. Él la evitó mientras pudo, pero al mediodía ella lo alcanzó y comenzó a hablarle. Resignado, Pablo escuchó todo su discurso, y acordaron reunirse esa tarde en la estación de ómnibus, para partir lejos de allí, pues la chica ya había comprado los boletos y tenía listo su equipaje. Cuando el muchacho, acostumbrado ya a realizar esa tarea, iba a decirle que se olvidara de todo y fuera a casa, lo detuvo una mirada muy extraña de Luciana que lo intimidó y le quitó las palabras de la boca. Nunca antes había visto esa expresión en su rostro, era casi diabólica y enferma.
Cuando regresó a su hogar, Pablo golpeó con furia todo lo que estaba a su alcance por no tener la fuerza de voluntad suficiente como para detener a su novia. No entendía cómo esta situación tan infantil se le había salido completamente de las manos, y mucho menos sabía qué era lo que debía hacer en ese momento. Ahora, con la misma furia, gritó a viva voz que no amaba a Luciana, que sólo era una de esas relaciones pasajeras de la adolescencia y que ella era una paranoica. Ni siquiera sabía donde quería ir ella, porque no pudo preguntárselo debido al pavor que le causó su mirada. Harto de todo, se echó a dormir una siesta. Había decidido que cortaría la relación con la chica, que la llamaría cuando despertase y le diría que era una loca, y que él nunca la había querido.
Sucedió que, durante el letargo, Pablo tuvo un sueño muy vívido. En él, se vio a si mismo y a Luciana subiendo a un ómnibus completamente negro, que avanzaba y avanzaba por la ruta sin detenerse ni siquiera un instante. Luego, el ómnibus llegó a un lugar donde no había horizonte, ni nubes, ni árboles, ni paisaje, ni nada que no fuera la ruta. Era como andar por siempre en el vacío más absoluto, sin avanzar nunca, simplemente moviéndose en el mismo lugar.
Despertó algo sobresaltado por la extrañeza del sueño. El calor de la siesta y el nerviosismo lo habían hecho sudar un buen poco, pero ya estaba despierto. Faltaba una hora para su encuentro con Luciana en la estación, y no había recibido ningún mensaje de ella que le dijera que todo se cancelaba. Él esperaba eso con todas sus ansias, pero desafortunadamente no ocurrió.
Decidió que iría a la estación, simplemente por la curiosidad que le provocaba haber soñado algo así, y que verificaría que nada de eso era cierto. Simplemente detendría a la chica, la devolvería con sus padres y todos sus problemas estarían solucionados, al menos de momento. Así que, sin equipaje ni nada que lo preparara para viajar, salió rumbo a la estación de ómnibus de la ciudad.
En el momento de llegar a la estación, no encontró a Luciana, y todavía no era la hora de la partida. Contempló durante un rato la estación en busca de una tienda de refrescos que le calmara la sed, pero no había ninguna. Entonces, se sentó a esperar que viniera su novia para así detenerla de una vez por todas, y cortar toda relación con ella. Después de quince minutos, nada había aparecido, así que el muchacho decidió irse, pensando que, dentro de todo, era afortunado hasta cierto punto, porque no había tenido que detener a la chica. Quizá ahora ella estaba madurando, y se había reconciliado con sus padres.
Fue en ese momento que, al dar la vuelta, recordó que todavía no conocía el destino del ómnibus en el que supuestamente iba a viajar. Por eso, buscó la lista donde se indicaban los destinos y, mientras miraba horrorizado el verdadero aspecto de la estación donde se encontraba, pudo divisar el reflejo pálido del rostro de su novia que ascendía a un gigantesco ómnibus de color negro, totalmente vacío en su interior. Temiendo que ella pudiera venir y llevárselo consigo, dio media vuelta y corrió en dirección a la ciudad, corrió sin moverse siquiera un milímetro.
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