¡Por fin estaban solos en la casa! Después de una larga, paciente y angustiosa espera, el acontecimiento proyectado por sus inspiradas mentes habíase producido, y la separación de sus padres, sellada por el nuevo y simultáneo casamiento era, ahora, para ambos hermanos, una desconcertante pero también inquietante realidad.
Todo había ocurrido gracias a la decidida y bien planificada intervención de ambos que, con encarecida reflexión y no poca sutileza, sobradas para sus respectivas edades, supieron elegir una nueva pareja, adecuada al gusto de cada uno de sus progenitores. Él había encontrado, casi casi, el alma gemela de su padre, y ella, poco menos que el marido ideal de la madre. Pero las relaciones que debieran mantener con los elegidos para asegurar la exactitud de la elección, habíalos sacudido en extremo, conmoviéndoles hasta sus fibras más íntimas. Eran, quizá, muy jóvenes aún para ese tipo de experiencias. Ella había encontrado falto de interés y por momentos desagradable el contacto con el futuro marido de su madre. Al considerarlo apropiado para ésta, debió valorar condiciones que producíanle un rechazo inmediato y visceral. Y algo semejante habíale ocurrido al hermano en la verificación de la futura pareja del padre.
Además, los sucesos posteriores a estos hechos, es decir, la presentación de los elegidos simulando naturalidad, había desatado en ambos hermanos una tormenta de sentimientos contradictorios, que desembocó, inevitablemente, en una larga y honda depresión. Había resultado harto frustrante comprobar la debilidad del vínculo que unía a sus progenitores, del que ellos debían haber sido el más acabado producto. Y ahora, una vez solos, una mezcla de remordimientos, incertidumbre, vacío emocional y hasta existencial, impedíales disfrutar de la libertad y la tranquila paz que comenzaban a disponer..
Pero, el transcurso de los días vividos en armonía, desprovistos de los diarios conflictos de antaño, y la falta de noticias de sus padres, viajando por distintas partes del mundo en una prolongada segunda luna de miel, permitió que la relación entrambos se normalizara. El cansancio que reflejaran sus rostros anteriormente fue desapareciendo, y comenzaron a percibir una nueva y prometedora alegría de vivir. A diario, el diálogo brotaba espontáneo y fluido, y comprobaban que podían compartir mucho más de lo que nunca hubieran sospechado. Una unión distinta, más fuerte y más sincera, se fue estableciendo gradualmente entre los hermanos.
Cuando se sintieron ya sobradamente estables y alejados de los acontecimientos traumáticos expresados anteriormente, decidieron en una ocasión, confiarse, sin reserva alguna, los recuerdos que conservaban de la relación con las parejas de sus padres. Evocaban fundamentalmente episodios donde primaba el acercamiento brusco y un contacto ardiente, pero al mismo tiempo áspero, duro, convencional.
Entonces, casi sin advertirlo, se tomaron riendo, e intentaron demostrarse cómo había procedido cada uno anteriormente. Pero no ocurrió lo mismo. Comprobaron que, entre ellos, acontecía algo diferente, muy diferente. Experimentaban un contacto tan suave, dulce y tierno, que les nacía un deseo inevitable de no separarse. Se amaban profundamente, y sus fraternales sentimientos se acrecentaban y fundían en una pasión que los acercaba a una consumada comunicación.
Permanecerían juntos. Así lo decidieron, pues consideraban que el amor que sentían y que los unía con tal intensidad, era el premio ciertamente merecido que recibían por haberse sacrificado en pro de la felicidad de sus padres.
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