Paraíso
A mi profeta maldita, Jezebel.
Quizá mañana el cielo caiga sobre nuestras cabezas,
degollando nuestro presente, manchando de sangre nuestro pasado
y mutilando ese futuro.
Quizá mañana el aire se acabe, y nuestros gases vitales sean colados
por el filtro de la inseguridad, de la incertidumbre, del “qué pasará”.
Quizá mañana aquel manantial deje de fluir, y se pierda toda delicia de sus aguas
frescas y tibias, según el temporal,
tibias y frescas, según el santoral.
Quizá la leña se esté agotando, mermando las llamas de aquellos infiernos,
de aquellos demonios que sólo apaciguaban momentáneamente,
para así renacer de entre las cenizas y encender la carne y las miradas,
miradas que incendiaban de nuevo aquella leña verde y seca,
pero siempre presta a arder por horas y horas, o por algunos segundos,
pero siempre con la misma intensidad y calor.
Quizá todo suceda… pero quizá no…
Dediquémonos a admirar ese precioso cielo estrellado invernal,
a inspirar ese aire que nos ahoga de perfumes y esencias preciosas,
a beber ese cristal líquido, cuarzo escurridizo y puro vital,
y también a quemarnos y dejarnos ser quemados por nuestra lumbre,
puesto que el paraíso no está allá arriba ni allá abajo,
está en una vida bien vivida, en unos años bien sentidos,
en una lágrimas bien lloradas y en una sonrisa bien besada.
El paraíso está al ras de piel.
Sergio Covarrubias
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