El Alérgico
La primavera del año 1977, se presentaba bastante calurosa y había en ese mes de setiembre, como un veranillo o adelanto del verano, que se presentaba con toda su fuerza en la ciudad de Paso de los Toros. Los pastos lucían todo su esplendor, con un verdor que, era producto de los rayos solares algo fuertes y del riego que recibieron de la abundante de lluvia, caída recientemente.-
En esa época, estábamos ampliando el puente Centenario, que cruza por encima del río Negro, uniendo del lado de Durazno al Pueblo Centenario y del lado de Tacuarembó, la Ciudad de Paso de los Toros. Se trata en este caso de la Ruta Nacional Número Cinco, que se angostaba en ese punto, por tener un puente demasiado antiguo y obsoleto, para el tráfico vehicular de esos tiempos.-
El puente recibía el nombre de Centenario, por que fue inaugurado en 1930, año del centenario de la Jura de la Constitución Nacional. Su estructura se encontraba en perfecta condiciones, pero sus dimensiones habían caducado para los tiempos que se vivían. Por lo tanto era imperioso y urgente, aumentar el ancho del mismo. El gobierno de turno lo entendió así y procedió a la ejecución, previo llamada a licitación.-
La empresa constructora, contaba para la ejecución de la obra, con ciento ochenta obreros. Todos provenientes de diferentes partes del país, siendo la mayoría de la zona y el personal calificado procedían de Montevideo, o por lo menos eran contratados allá. Había un obrador en el Pueblo Centenario, a unos dos kilómetros de la obra, que proveía al puente de los elementos prefabricados de hormigón y las armaduras de hierro que se debían hacer alejadas del mismo. Asimismo los tableros de encofrados, se construían ahí. También la elaboración del hormigón, era hecho en dicho obrador y llevado al mismo en camiones comunes. Antes del vertido en los moldes, los sobrestantes controlaban la temperatura del material, su humedad, su consistencia y en caso de anomalía, rechazaban al mismo, que era tirado al río o en algún lugar donde lo solicitaran los vecinos. Fue así que se hicieron varios patios y veredas de escuelas y la misma comisaría del lado de Durazno, se vió beneficiada con dicho material de deshecho.-
Al personal calificado, que tenían sus hogares en Montevideo, la empresa le proporcionaba campamentos, donde moraban de quince a veinticinco operarios. Algunos por no vivir aglomerados, alquilaban casas o piezas y vivían de esa manera en forma independiente y sin las reglas propias, que debían observar en las instalaciones de la empresa. Allí había de todo, jóvenes que se acostaban tarde, veteranos que se levantaba temprano, los alcohólicos, los gritones, los que roncaban, los que tenían olores en los pies y los que no se bañaban. En esa parafernalia, para muchos era imposible convivir, pero para otros de fácil adaptación a las circunstancias, la cosa era más llevadera. Pero que era difícil, era difícil, pese a las normas establecidas por la capatacía de la obra.-
Había un capataz general que controlaba la obra y el obrador. A su vez había un encargado general de puente y un encargado general de obrador. A estos los ayudaban los encargados de sector, que con grupos de doce a veinte obreros, hacían que el trabajo se llevara cabo adecuadamente. Todo esto era controlado, por representantes del ministerio correspondiente. Un jefe y seis sobrestantes, era el grupo asignado, que controlaban la calidad de los materiales, los niveles, los ejes, medidas, escuadras y normas de seguridad. También controlaban el aspecto disciplinario del personal, que esto debía de ser llevado a cabo por los encargados. Había en la cabecera de cada lado del puente, un sereno de la empresa y un guardia policial, que se mantenían en turnos diferentes, durante las veinticuatro horas del día. Estos controlaban la entrada y salida de personal, materiales, herramientas y vehículos de la empresa o subcontratos. También ordenaban el tránsito vehicular, ya que para ejecutar la obra hubo que demoler parte del pavimento y los coches solo podían transitar en una mano. Es así que mientras pasaban de un lado, del otro debían esperar y viceversa. Con aparatos portátiles de comunicación, los serenos se comunicaban para dejar pasar a quien correspondiera.-
La temperatura era agradable en las cabeceras, pero en el centro del puente, siempre soplaba un viento frío y por momentos muy frío, que aún en verano, obligaba a los obreros a andar con un abrigo fino de lana, por lo menos. El paisaje era grato en los días apacibles. Se veía el río en toda su magnitud, con un gran caudal de agua corriendo eternamente y en ambas márgenes, la arboleda se erguía majestuosa, dejando ver por momentos alguna que otra playa de arenas muy blancas. La fauna que se podía ver más seguido eran las aves, que por cierto era muy variada, donde a las rapaces de todo tipo, se las veía majestuosas en lo alto del espacio aéreo. Algún que otro pez, rompía el espejo de agua, dando saltos de vez en cuando y mostrando que en el mundo subacuático, también había vida. En horas tempranas y no muy seguido, se podía ver alguna nutria, cortando el agua con su nado, buscando refugio río abajo, donde acaso el medio fuera más seguro, o tal vez encontrara pareja para cumplir el ciclo evolutivo natural.-
En tiempo de tormentas y con el río crecido, era asombroso ver el ruido que hacía el agua al golpear contra los pilares. Parecía el rugir de motores de avión. A veces se podía ver, en esos casos, pasar una oveja, res o caballo muerto, llevado por la riada, como también maderos y techos de paja de algún rancho, producto del desbarrancamiento de alguna orilla. Impresionaba ver este paisaje, salvaje y feroz que mostraba el río Negro en estos casos.-
Además del personal del puente, había en la orilla del río, un obrero que oficiaba de botero. El mismo con su bote, juntaba los elementos que caían de la obra y que, por supuesto flotaran, para restituirlo a quien correspondiera. También oficiaba como rescatista. En varias ocasiones cayeron obreros y fueron sacados por el nombrado, con la premura y sabiduría que le daban sus años de lidiar con botes y las corrientes. Había arriba del puente un obrero joven, que oficiaba de aguatero. Provisto de un bidón de plástico y un vaso, recorría de un lado al otro de la obra, llevando el vital elemento a quien lo deseara, ya que no había instalaciones de agua potable en todo el puente.-
Casi todos lo obreros son procedentes del medio rural, por lo tanto su lenguaje es propio de los campesinos y los citadinos o urbanos, se adaptan a la forma de comportarse estos últimos. El hombre de campo, es muy comunicativo y abierto al diálogo. Es así que en el puente, salvo contadas excepciones, todos se interesaban por todos y a su vez se conocían entre ellos, por un principio de compañerismo y por lo ya explicado. Los comentarios más jocosos surgían de los resultados futbolísticos, de los principales partidos, jugados en la capital del país. También era motivo de chanza, algún hecho que fuera motivo de error cometido por un obrero o algún defecto que éste tuviera. Tanto es así que a un tartamudo, le decían Metralleta. A otro que tenía lentes con mucho aumento, le decían Casimiro. Otro que tenía un tic, hacía muecas hacia un lado con su boca, le habían puesto Treinta y Siete y Truco. Otro que era muy hablador, lo apodaban El Mudo. Un moreno pequeño, era apodado El Alemán, pues no le gustaban las cumbias. Es imposible enumerar todos los apodos que había, por ejemplo, por el pregón del aguatero, se había ganado el mote de El Tero. Al capataz le decían El Pescado, por que comentaban que no tenía corazón o, Vadora, se decía que era el milico más grande que había. Era muy severo.-
Había un martillero, que todos los días al finalizar la jornada, Al pasar por la sierra circular eléctrica y se llevaba una bolsa de arpillera con aserrín. Su nombre era Juan Arbiza y decía que llevaba al mismo para cama de su caballo. Los obreros empezaron a decir que el parejero, había perdido el hábito de comer pasto y había adquirido el de ingerir aserrín. No faltó alguien que dijera que el equino era alérgico al pasto, fue así que se ganó un merecido nombre eventual de: El Alérgico. Todos los días, Arbiza debía soportar las bromas, que por otra parte lo hacía de buen humor, de cómo estaba El Alérgico, si había tomado agua o era alérgico al agua y tomaba vino. Tantas eran las bromas y tanta la paciencia del compañero de trabajo, que optaron por dejarlo tranquilo, pero el mote del caballo, jamás lo perdió, por lo menos mientras duró la obra.-
Hacía como un mes que el nombrado, salía una hora antes de finalizar la jornada e iba hasta un campo, situado hacia el oeste del puente. Ahí vareaba al caballo y lo aprontaba para una carrera, que se iba a disputar en poco tiempo, nadie sabía a ciencia cierta que día se iba a llevar a cabo dicho evento. Por la ubicación y la hora, se lo veía montando como una silueta, pues el sol al ocultarse, impedía ver al jinete y su cabalgadura como eran en realidad. Hacía piques, carreras cortas y largas, en fin, todo un trabajo propio de los que están acostumbrados a ese tipo de ejercicios hípicos. Lo que me llamaba la atención era, que nunca usaba montura, tan solo un pelego. Arbiza era alto casi por el metro noventa y su cabalgadura no era muy alta, por lo que sus piernas, se las veía desde lejos, como abiertas, para no tocar el suelo.-
Llegó el viernes y al estar comprendido dentro de los primeros días del mes, todos pensábamos que íbamos a cobrar la quincena. Tal cosa no ocurrió y los que pensábamos ver a nuestras familias, nos vimos frustrados en el intento de estar con nuestros seres queridos y llevarles auxilio monetario. Abortado el viaje, nos preparamos para trabajar ése sábado, haciendo horas extras. Sabíamos que el lunes cobrábamos, pues el capataz nos lo había comunicado. Con el mejor de los ánimos nos fuimos a trabajar y nos enteramos que, Arbiza no iba a concurrir ese día, pues iba a preparar al Alérgico para el otro día, que era el de la carrera famosa. Escuchando la Radio Paso de los Toros, nos enteramos que iba a haber un evento importante para la zona, en la Sociedad Rural de dicha ciudad. Ese domingo iba a haber carreras de cachilas, de motos, demostraciones del aeroclub local y como broche final, la carrera de caballos. Como soy algo distraído, no presté atención a la forma en que se iba a llevar a cabo la disputa, ni las condiciones de la mencionada carrera. Por el tono del locutor, vi o entendí que los animadores centrales de la contienda, era un caballo de nombre El Zapallito y una yegua cuyo nombre no comprendí.-
Al finalizar la jornada, veníamos saliendo del puente, con las herramientas y los cinturones portaherramientas, colgados a los hombros, parecíamos que salíamos de las cavernas o de alguna mina, por el estado de suciedad, que era ocasionado por el trabajo. Íbamos con el paso cansino, sin apuros, sabiendo que no teníamos cosas urgentes para hacer, salvo la comida y que además, era el último día de la semana. El domingo lo íbamos a dedicar al ocio y la holganza.-
- Se joden, si señor, se joden. Este fin de semana no cobran las locas, el General Pagola no se presentó y la quedaron. Que papa la vida. Ja, ja, ja.-
El que hablaba era el alemán Tomsing, un herrero rubio y grande, haciendo alusión a las meretrices, que no iban a recibir remuneración por sus servicios, por parte de los obreros del puente, pues estos no habían cobrado. Todo lo hablaba en lunfardo, por eso a los obreros locales, les costaba entenderlo. Era un neto montevideano y además, daba claras señales de haber estado bastante tiempo en presidio. Era un borracho empedernido y su lenguaje era pintoresco y a veces incomprensible.-
Vivía por mi parte en una casa, que había alquilado con otros tres compañeros. Las tareas se compartían, como cocinar, fregar, limpiar, hacer mandados, pero ese sábado los demás salieron a diferentes sitios, por lo que al quedar solo, me organicé a mi manera. Lo primero que hice fue darme un buen baño, tomé mate y me preparé una cena frugal. Luego de comer, me encaminé al bar que estaba a poca distancia de donde vivía, donde teníamos crédito, los que trabajábamos en el puente.-
Luego de jugar unas partidas de truco, me puse a jugar al casín. Gané a todo lo que jugué, lo hacíamos por la copa. Era mi día de suerte y los jugadores no quisieron enfrentarme mas, pues veían que no me ganaban. Me acerqué al mostrador y me puse a conversar con el dueño del bar. Los parroquianos jugaban con gran algarabía y con el hombre hablábamos de cosas intrascendentales. Fue así que acertó a llegar, el hijo de un carnicero. Comenzó a practicar con las bolas del casín y largó un desafío al aire, con claras intenciones de apostar por dinero. No contaba con nada, por lo que le pregunté al barista si me habilitaba con algún billete, a lo que me dijo que el me daba plata, pero la ganancia era a medias. “La quedé”, pensé y hube de aceptar. Me dio doscientos pesos y con la plata en el bolsillo, le acepté el desafío al que se practicaba.-
Comenzamos a jugar por cien pesos, le gané. Doblamos la apuesta y pasó lo mismo. Me desafió por cuatrocientos, acepté y le gané. El hombre estaba descontrolado, pensaba que me podía ganar, pero ese día andaba con el pulso correcto para jugar. Le quedaban trescientos pesos y los jugó, le dije si quería dejar la apuesta para otra oportunidad, ya fuera de sus cabales, me dijo que jugara si quería, la plata era de él y con ella, hacía lo que se le antojaba. Acepté sin más y volví a ganarle. Quedó mirando la mesa, con la mirada extraviada y se retiró sin saludar. Luego de devolverle la plata al bolichero, repartí la ganancia, quinientos pesos para cada uno, ya que estaba aproveché a saldar la deuda que tenía con el hombre y marché a dormir. Eran mas de las tres de la madrugada y con algo de fiducia en mi poder, me acosté pensando en ir a ver correr al caballo del compañero y por que no, toda la fiesta que se iba a vivir ese día.-
Me levanté como a las ocho y lo primero que hice fue, comprar dos pollos, les dije a los socios de vivienda, que compraran tallarines que iba a hacer un tuco y quería comer temprano para ir a la Rural. Se pusieron todos en marcha, pues les interesó la propuesta de ir a distenderse, con un domingo diferente a los habituales. Vivíamos del lado Durazno e ir hasta el lugar de la carrera caminando, era una distancia importante, quedaba a unos cinco kilómetros. A las trece horas nos encaminábamos hacia el lugar de los eventos, entre charla, bromas y anécdotas, el camino se hizo más corto, o así me pareció.-
La carrera de cachilas estaba en lo mejor cuando llegamos, tratamos de ubicarnos en lugar donde diera la sombra, pero evidentemente, los mas madrugadores habían acaparado todos los sitios sombreados. Me encontré con un compañero de apellido Negro y como era rubio, el mote le venía a la medida, le decían el Rubio Negro. Me alejé de los compañeros de condominio, pues era mas joven que ellos y con este último personaje, salí de recorrida por el predio. Pasamos por una gran carpa y en ese momento estaban instalando una mesa, en la cual se leía en letras grandes: “APUESTAS”. Me acerqué y pregunté a cuanto estaban las mismas y si eran para la carrera de caballos, me respondieron afirmativamente. El costo del boleto era dos pesos, pero había vales por veinte, cincuenta y cien pesos. Pedí un vale por cien pesos, pero, no sabía como se llamaba el caballo. Miré en la cartelera y el último caballo de la lista era de Juan Arbiza. Su nombre era El Tatú, recién me desayunaba que se llamaba así, de todas maneras lo iba a recordar para siempre como El Alérgico. Compré el vale y seguimos en la recorrida. En eso vemos a Arbiza que se acercaba con el bozal y las riendas del caballo, su cara estaba muy seria y enseguida entablamos un diálogo.-
- ¿Cómo andás Arbiza?
- Mal, anoche no pude dormir de dolor de muelas.-
- ¿Y el caballo, cómo llega a la carrera?
- …Y está alimentado a pasto, no puede competir con estos animales, que solo comen alfalfa. Es brava la cosa.-
- ¿Jugaste mucha guita?
- No, si ni el dentre pagué, me lo pagaron. Con esto de que la empresa no pagó, ando repelado. No tengo plata ni para comprar un remate. En fin, vamos a cumplir por que ya lo tenía anotado.-
- Bueno, loco, nos estamos viendo. Chau. Ah! …Y la carrera, sobre que tiro es?...
- Doce kilómetros.-
- ¿Al galope?
- Si, es carrera libre.-
- Gracias, chau. Cuidate, loco.-
- Chau. Que pasen bien, vo’.-
Con ese panorama quedé cavilando. Se lo hice saber al Rubio Negro, de inmediato…
- Pa’, que viene mal la mano. El loco no paga el dentre, el burro está mal alimentado, él anda mal dormido por dolor de muelas. La veo fea pa’ mi, el cumpa no va a arriesgar el caballo, por si las moscas, no tiene nada que perder. Va a cuidar al bicho, doce kilómetros al galope no es changa, no lo va a matar, por nada.-
- No, mirá que se puede dar, además si gana, va a pagar una fortuna. Vamos a la zona de los bretes, así lo vemos al parejero.- Dijo el compañero.-
Cuando lo vi, me quería morir. Estaba cambiando el pelaje, las varas del carro las tenía marcadas a los costados y su aspecto era cansino. La cabeza contra el suelo, la mirada lánguida y tristona, daba un aspecto lastimoso, como caballo que va a competir en una carrera de tan largo trecho.-
Acordándome de mis cien pesos apostados, sacudí la cabeza. “No puedo perder una carrera, con los ojos abiertos”, pensé. Lo miraba al burro, apoyándome en los palos del brete, mientras me rascaba la barba y no lo podía aceptar, ese animal si llegaba a la meta se moría. No daba ni para una carrera de una cuadra, era deplorable su aspecto.-
- Voy a cambiar los boletos, le dije a mi compañero.-
- No lo hagas, mirá que es una linda chance.-
- No puedo donar cien pesos, para la Sociedad Ruralista. Prefiero tomarlos de cerveza, a propósito, vamos a tomarnos un “yope”. Dije, haciendo alusión a una cerveza de un litro y salimos hacia donde estaba la cantina y la venta de boletos.-
- ¿Me cambiás los boletos, por favor?
- Perdoname, pero una vez que los compraste, no podemos hacer devolución. Lo que si podés hacer es, tratar de vendérselos a alguien del público.-
- Está bien, gracias.-
- Negro, marché. El gil, ese soy yo, se apuró a apostar y la quedó.-
- No, mirá que se puede dar. La esperanza es lo úl…
- Dejate de joder, si ese asno gana la carrera, me vuelvo cura. Te lo juro.
Los paracaidista caían justito, en los círculos que estaban en puntos estratégicos, las avionetas hacía cabriolas aéreas, dejando aparatosas estelas de humo de diferentes colores, la gente aplaudía a rabiar. En un podio improvisado, estaban entregando los premios de la carrera de motos, que hacía poco rato había culminado. El sol brillaba con todo su esplendor y aquella gente del medio rural, disfrutaba de las diferentes actividades, que se llevaban a cabo ese día.-
Todo el mundo estaba alegre, a mi me había empezado a doler la cabeza, no se si por el sol, por la cerveza o la posibilidad de no reencontrarme mas, con mis cien pesos.-
Habían comenzado los remates. El mínimo de apuesta era de tres pesos. El Zapallito, en el primer remate se cotizó cuatrocientos cincuenta y cinco pesos, La Zoraida, yegua favorita llegó a los cuatrocientos treinta pesos. Un caballo cotizó a doscientos veinte y otro a ciento treinta. El Alérgico se cotizó con un digno… veinte pesos. Siguieron los remates. En el tercer remate, las acciones de Alérgico bajaron a ¡tres pesos!, mientras los otros pasaban los seiscientos. Mas tarde el Alérgico llegó a cotizar un digno,… ¡dos pesos!, trataban, los rematadores, de que alguien comprara el remate del Tatú, para no tener que volver a rematar. Algunas viejas, como se trataba de una ganga, compraban algún remate de dos pesos, sin saber en realidad de que se trataba.-
Una vez cumplida la tarea de los remates, salieron los pingos a la pista. Los jockey’s lucían sus camisas vistosas y sus figuras espigadas. Me acerqué al caballo de mi compañero de trabajo y le pregunté…
- ¿Lo vas a correr vos?
- Si, es otra ventaja que les doy. La carrera es para jinetes de setenta kilos, con el apero y yo peso ochenta. Por eso lo monto solo con el pelego.-
- Bueno, buena suerte. Vamo’ arriba, cumpa. Con todo, ¿eh?
Estaban casi todos los compañeros de trabajo, rodeando a Arbiza y su caballo, en el punto de partida. Un hombre con un megáfono, instaba a todos los presentes a retirarse de la pista. Por los parlantes anunciaban el comienzo de la carrera, además los detalles y condiciones de la misma. Me enteré que eran cinco vueltas a un circuito que, en realidad no me daba cuenta cual podía ser. Los otros caballos se salían de la vaina, por comenzar a correr. Lucían sus galas en todo su esplendor, con buenas monturas, las botas de los jinetes relucientes, los ojos de las bestias que se querían salir de las órbitas, las gorritas multicolores y los pantalones muy blancos y ajustados, de los encargados de conducir la caballada, contrastaban con lo que aportaba El Alérgico.-
El Alérgico lucía humilde, de una humildad pasmosa, lastimosa. Si hubiera tenido un buen pasar, capaz que le daba dinero al propietario, para que sacara de carrera a su crédito. De cabeza gacha, con los ojos entrecerrados, con Juan Arbiza encima de él, que vestía una camisa común, con un mas común baquero arrollado por la mitad de la canilla y calzando alpargatas. Daba lástima. Un sombrero de gaucho algo gastado y montando sobre el pelego, parecía un Don Quijote moderno. Arbiza era flaco, alto, rubio, de una mandíbula poderosa y grandes dientes. Tenía una mirada franca y su sonrisa ocupaba toda su cara o así me parecía a mí. Estaba muy tranquilo esperando en la sentencia, la largada. Como que bestia y dueño, se tenían confianza, estaban muy tranquilos o eran irresponsables. O lo que era más preocupante para mis intereses, no les interesaba ganar la carrera.-
Los jueces ajustaban los cronómetros, la policía trataba con buenos modales de alejar al público de la pista. Los otros competidores, se miraban entre ellos y se estudiaban. Comprobaban las posibilidades de administrar la carrera de tal o cual manera, de que los animales sufrieran lo menos posible. Todos tenían fustas en sus manos diestras, mientras que con la zurda sujetaban las riendas, con gran esfuerzo, pues el ansias de correr de esos bichos, era muy grande. Quien montaba al Alérgico, tenía en su mano un ponchito chico, en lugar de fusta y creo que si este hubiera visto una fusta en la mano de su dueño, creo que allí nomás se entregaba y se echaba.-
Una vez desalojada la gente de la pista, el juez de largada procedió con su cometido. Todos estaban formados, contra la empalizada, mientras El Tatú se encontraba bastante abierto. La carrera se iba a llevar a cabo, siguiendo un recorrido contrario a la agujas del reloj. El grito de todos los obreros del puente, era unánime: “El Alérgico, nomás”.-
…Y largaron. El Alérgico salió como estampida, cruzándose por delante de los demás y se pegó a los palos. Recorrió cien metros, ahí en ese punto se terminaba el vallado y se volcó hacia la izquierda en un ángulo de cuarenta y cinco grados más o menos y acertó a tomar una bajada, dejando detrás de si una estela pronunciada de tierra. En esa primera embestida, caballo y compañero de trabajo, sacaron una importante ventaja, sobre los otros que corrían en bloque, despreocupándose del puntero y se perdieron detrás de una ladera.-
- El animal no aguanta dos vueltas, le dije a mi compañero.-
- No, hay que tener fe. Mirá que va a dar un batacazo. No te achiqués.-
Los minutos eran interminables. “Mi Dios, no vienen mas. El Loco llega y lo retira”. Mientras tenía esos pensamientos, me iba adentrando a la pista, para poder ver por el espacio que dejaba el público, si veía aparecer al desahuciado, según mi parecer. Esto valió que un policía, me invitara a salir de ese lugar. En eso veo venir a Arbiza, con sus brazos en un movimiento que, parecía el aletear de un ave, su sombrero echado hacia atrás, mientras una amplia sonrisa cubría su cara. Se había colocado el ponchito sobre el hombro y con la mano acariciaba el testuz del caballo. Cruzó la sentencia y tomando la bajada, salió como alma que la lleva el diablo, levantando polvareda. Los demás estaban como a trescientos metros del puntero, pero no les importaba, pues la carrera de ellos era otra. Se estudiaban, se observaban, se calculaban y se medían, sacando cuentas de cómo iba a ser el remate de la carrera, sin dejar que algún oponente se escapara o tuviera la osadía de querer ganarles la carrera. El Tatú no contaba para sus rivales, no tenía chance, tan solo alguna osadía durante dos o tres vueltas. Pensaban igual que yo, por cierto.-
- Lo retira. Estoy seguro que lo retira. No aguanta dos vueltas.- Pensé en voz alta.-
- Mirá que no, si hubiera tenida guita, me hubiera jugado todo por El Alérgico, si señor, es un lindo boleto para apostar.- Me respondió el Rubio Negro.-
- Pero vos,… sos loco.- Le dije.-
Se perdieron detrás de la loma y ahí nos quedaba a todos, la incertidumbre de cómo se desarrollaba la carrera. El público en general, quedaba murmurando en voz baja, cuando no veía los caballos. Se barajaban las posibilidades de todos los competidores, la estrategia que iba a seguir cada uno, una vez que se doblaran los distintos codos. Sacaban cuentas de que algunos eran buenos para la subida, otros para la recta plana y así, entre opiniones desencontradas, cada uno exponía sus razonamientos, que en muchos casos eran expuestos a viva voz. Como que si gritaban, la verdad de los que lo hacían, el fundamento de la opinión iba a ser aceptada por todos. Pero en la realidad no era así, muchos preferían callar por prudentes, tímidos o para evitar problemas.-
La copa del sombrero de Arbiza asomó en el extremo de la recta, seguía con la misma sonrisa, el mismo abatir de los brazos y la misma forma de acariciar al caballo entre las orejas. Se acercaba para cerrar esa segunda vuelta y comenzar la tercera. Cruzó la sentencia con la misma táctica que, por el momento le iba dando buenos dividendos, apurar al caballo en la bajada, que era bastante pronunciada e imagino que en el llano y en la subida, le haría mantener un ritmo acorde a su montura.-
Al cruzar en el cierre de esa segunda vuelta, largué un tímido: “vamo’ arriba El Alérgico, nomás”. Algunos parroquianos me miraron y, con un dejo de haber hecho el ridículo, me tiré hacia atrás como avergonzado.-
Era impresionante la ansiedad que nos embargaba a todos, los que de una forma u otra habíamos apostado por los distintos competidores. Unos gesticulaban, otros estaban taciturnos, otros con las manos crispadas como queriendo ayudar a su crédito de alguna manera. Los cortos de vista, preguntaban si veían algo a lo lejos. Los niños se encaramaban en lo que podían, los mas chicos eran llevados en los hombros por los padres y nadie escapaba de la tensión que se formaba, por ser una carrera tan duradera e incierta.-
Ya en el medio de la pista, miraba a lo lejos a ver si aparecía mi pollo, pese a que el guardia civil me decía que me apartara. Lo hacía si, mientras me miraba, pero en cuanto se descuidaba, volvía a mi puesto de observación. Y ahí venía, era El Tatú, con su jinete sonriente. Me largué a gritar, ya con un poco mas de confianza. La gente me miraba, pero ya no importaba. Soy de voz poderosa, por lo que los gritos, se hacían sentir en toda la zona de la sentencia. Pasó el puntero y aplicando el mismo criterio, dejó muy atrás a sus rivales, que ya no se miraban entre ellos, sino que lo hacían hacia la izquierda, mirando como se les alejaba el caballo que hacía punta.-
Una vez que se perdieron, le comenté a quien me acompañaba, que si aguantaba cerrar esa vuelta, no perdía mas. Me respondió con un:
- Te lo dije.-
- Bueno, pero primero las tortas y después vemos la grasa que queda. No nos hagamos ilusiones.-
No hablé mas, el tema pasaba por ver como cerraba esa cuarta vuelta y si podía mantener la ventaja. No era fácil.-
Una vez mas El Alérgico venía primero y al llegar a la sentencia, recién asomaban los otros. Hice un cálculo rápido y al cruzar los otros pensé que la ventaja era quinientos metros. Al cruce del primero, mis gritos eran desaforados, alentaba a mi favorito, con toda la fuerza de mi grito y era una expresión espontánea y aplacadora de nervios momentáneos. Por que los nervios, no los podía dominar con nada… Y comenzaba la quinta y última vuelta, la de perder o la de cobrar, la de la bronca o la de la alegría, la de la gloria o la de los reproches, la del paroxismo o la de la frustración… Y ahora a esperar, a sufrir, a apretar los dientes, a ver de producirse el milagro.-
La gente invadía la pista, mis gritos aunque no veía a nadie, se hacían sentir. No gritaba el nombre del caballo, sino que gritaba el mote que le habían puesto. Unos cuantos hombres lucían bombachas camperas y muchos de ellos me miraban con rabia, por la forma de gritar por un caballo que no podía ganar. Por la forma de vestir, parecían estancieros, que debieron apostar bastante plata a los otros competidores y miraban con bronca como el dinero jugado, se iba para otras tiendas que nadie esperaba.-
Cuando asomó la cabeza de mi compañero de trabajo, iba revoleando el sombrero con la mano diestra y todos los obreros que estábamos ahí, comenzamos una gritería infernal. Era una barahúnda enorme, todos saltando en el medio de la pista, mientras policías y organizadores, hacían ingentes esfuerzos, para despejar a la misma. El pasaje que quedaba para el caballo, era muy estrecho y peligroso, para la integridad física de los aficionados, que no querían perder ninguna incidencia de la carrera.-
A medida que se acercaba el posible ganador, aumentaba mi emoción, mi adrenalina y mis gritos, que me iban dejando afónico. Se acercaba… se acercaba…se acercaba y se acercó. Cruzó la sentencia. Era el ganador, no lo podía creer. Era inconcebible que el pobre jamelgo, lograra tal hazaña.-
Corrí a abrazar al animal, que me empapó con su espuma, la misma le salía hasta por los ojos. El bicho se quería entregar, quería echarse, creo que si hablara, hubiera dicho que quería dejarse morir. Los allegados a Arbiza y algún compañero del puente, de los que eran mas camperos, calzaron con sus cuerpos al animal, para no dejarlo caer, un herrero del puente, asió la boca del Alérgico, por el maxilar inferior, de tal manera, que imposibilitara que se le diera vuelta la lengua y muriera por asfixia. Los ojos del bicho parecían mas grandes, a su alrededor se formaba nubes de tierra. La polvareda era impresionante, equino y humanos giraban en diferentes formas, parecían danzar, hasta que el animal se calmó. En ese momento, alguien acertó a traer unos paños grandes, con los cuales procedieron a sacarle la espuma al ganador y también a tirarle unos baldes de agua por encima. Sus bufidos eran fuertes, el vaho que salía de sus ollares era voluminoso, en eso acertaron a llamar al jinete, para que fuera al pesaje, una formalidad innecesaria. Fue en ese instante que me acordé de ir a ver la cotización, que había logrado el ganador.-
Crucé por entre el público, abrazándome con los conocidos y festejando con ellos. No faltó quien maldijera a la empresa por no haber pagado los sueldos, pero la verdad, que si tal cosa hubiera pasado, no estaríamos ahí, lo haríamos con nuestras familias.-
Llegué al lugar donde estaban los carteles y no lo podía creer, doscientos cuarenta pesos a ganador, había ganado una pequeña fortuna. Me acerqué al mostrador, donde pagaban y cobré. Algo mas de lo esperado me pagaron, digo esto, por que la cantidad no la conté, la emoción era muy grande, por lo que guardé el dinero de apuro. Fue ahí que me di cuenta que había perdido al Rubio Negro, por lo que salí a buscarlo y lo encontré junto a toda la barra. Le estaban sacando fotos al ganador con su jinete, Arbiza estaba radiante y sujetaba con la mano derecha un gran trofeo y con la otra, hacía lo propio con las riendas que sujetaban al Alérgico. El fotógrafo era el jefe de sobrestantes del puente, que usaba su afición, para anexar ganancia a sus ingresos, haciendo algo que le gustaba. Por supuesto que, casi todos se sacaron fotos con el caballo y su jinete, total, después les iba a venir el descuento del sueldo.-
- Hay una botella de güisqui y un cajón de cerveza para todos, les grité.-
Marchamos todos para la cantina, compré una botella de licor y por la cerveza tuvimos que esperar, pues habían agotado el stock. No fue por mucho rato que esperamos. Por el volumen del dinero que tenía y la gran emoción, tomé un trago de cerveza y me marché. No sin antes recibir el reproche de todos, que querían que me quedara. Hice caso omiso y me largué del lugar.-
Esa noche me costó conciliar el sueño, pensaba en lo que me podría comprar con esa ganancia no esperada, en lo grato que había sido vivir esa experiencia, yo, que pocas veces había apostado a algún caballo. Recordé el aliento que me había dado mi compañero de andanzas, me prometí que al otro día le iba a dar unos pesos por su fe. Fue lo primero que hice, antes de comenzar a trabajar en el puente, el hombre quedó contento, pues me hizo saber que, no sabía como iba a hacer para comprarle championes a sus hijos, pero con eso tenía de sobra, quedé muy conforme conmigo mismo.-
Los comentarios en la obra eran de lo mas variados, todos los que habían ido, narraban a los que no lo habían hecho, la forma como había ganado la carrera el compañero Arbiza, que por otra parte ese día no había ido a trabajar. Era el tema del día, no se hablaba de Nacional ni de Peñarol, tampoco de política ni de mujeres, un solo comentario con muchos matices, reinaba en la obra y el obrador. En los bares, almacenes y tiendas, también. La radio Paso de los Toros, que había relatado las incidencias de la carrera, ahora tenía un aviso particular, en el cual el propietario del Zapallito, retaba al propietario del Tatú, a medirse en una revancha el siguiente domingo, en la misma pista, con las mismas condiciones en que habían corrido ese domingo pasado. Arbiza nos contó al otro día, que no le iba a aceptar una revancha. Con el dinero ganado, pensaba comprarle vitaminas al caballo, mejorarle el galpón donde dormía y comprar ropa para sus hijos. Que en los próximos seis meses, no pensaba hacer correr al animal.-
Ese martes amaneció con un sol radiante, se iba perdiendo el interés por comentar algo del hecho anecdótico del domingo. A media mañana llegó el gordo jefe de los sobrestantes, traía las fotos reveladas. Todas estaban muy bonitas. Hubo que gritarle y tocarlo al martillero Arbiza, pues con el ruido del martillo neumático y con los protectores de los oídos, si no se le tocaba, no sentía nada. Al ver al fotógrafo, se le iluminó la cara. El gordo le traía un mural y le hizo saber que era un obsequio de su parte. Esto emocionó mucho al hombre, que hizo que asomaran unas gotitas de lágrimas en los ojos del nombrado.-
Una vez que lo observó, se lo pasó a los demás, estaba encuadrado muy bien y hasta un vidrio lo protegía. Cuando lo tuve en mis manos me maravillé, pero observándolo bien, se podía ver al jinete con el caballo y el trofeo, en ambas manos… Y mas atrás se veía el trasero del hermano de Arbiza, que sujetaba la retranca del caballo con todas sus fuerzas, para evitar que el mismo se sentara en sus garrones.-
El Noble Bruto 21 de julio de 2007.-
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