Las nubes parecían barrigas de ballenas gigantescas que amenazaban con dejarse caer sobre las casas. Las sombras en los cerros se estiraban como trapos oscuros mientras el sol descendía en el horizonte. Eran más de las ocho y empezaba a desesperarme por no tener un cigarrillo. De pronto: una lucecita amarillenta. Luego otra. Después cientos de ellas encendiéndose en perfecta sincronía. La energía había sido repuesta. Esta vez el corte de luz había durado sólo una hora. Significaba o que los “terroristas” debían de ser unos pendejos, o era un auto-atentado perpetrado por agentes de la C.N.I.. Después se supo que habían volado una torre allá por Achupallas y que los culpables habían sido mandados ejecutar por un tribunal marcial, o algo así...Esto sucedió en días de la dictadura militar chilena.
Varios años después, una mañana, sentado en un Café de Valparaíso, vi con horror cómo en la televisión, que permanecía encendida sobre la barra, se repetía una y otra vez, con distintos ángulos, la imagen de dos aviones estrellándose contra las Torres Gemelas de Manhatan. Pero no era el hecho mismo lo que me horrorizaba. No era el acero bruñido que se fundía como lava, no eran los impecables espejos pulverizándose en el cielo, no eran las personas que se lanzaban desde ciento ochenta metros, presas del más terrible y espantoso pánico. No, definitivamente no era eso lo que me causaba tanto horror. El día que entré a ese restaurante porteño no era la mañana fatídica del 11 de septiembre en Nueva York. Era el mismo día, la misma hora, tal vez se transmitía por el mismo canal, pero un año después de la tragedia. Una sucesión de periodistas faranduleros se turnaba entrevistando a las viudas de los bomberos; después hablaba el presidente de los E.E.U.U. y prometía “venganza”. Un niño leía un poema en honor a las víctimas del atentado. Mis acompañantes en el restaurante, entre comerciales y cigarrillos, entre café descafeinado y con piernas, pedían al mozo les trajera otro completo y cambiara al canal de deportes.
Cuál insensibilidad es más grave y podría, incluso, confundirse con desidia, me pregunté : ¿la de la prensa?. ¿La de Bin Laden?. ¿La del Presidente de los E.E.U.U.?. ¿La de mis contertulios?. No. La de no haber hecho nada luego de enterarme que uno de nuestros terroristas criollos fue encontrado, tiempo después de ser a-justiciado, en una fosa común, con dos balas en la cabeza y las manos atadas.
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