No estoy seguro si estoy aquí por Irene o Irene estaba ahí por mi. De lo que no cabe duda es que nos habíamos transformado en una obsesión el uno para el otro, de ese tipo de obsesiones que te acompañan todo el día sin alejarse de uno, ahora provocando el sufrimiento porque no la veo, ahora el calor porque le han nombrado.
Nunca, en toda la historia que llevo como personaje de libro me habían leído tan bien. Nadie había abierto las páginas con el entusiasmo y cariño con que lo hacía Irene, acariciando el interlineado con tanto amor y buscándome donde se había quedado, porque yo sabía que me buscaba a mi. Desde la primera vez que aparecía en aquella cafetería mirando a la protagonista del libro, la vi volver más de una vez sobre mi descripción. En el libro también estoy obsesionado por la protagonista y no sé si Irene se obsesionó de mi personaje obsesivo, pero en realidad mi obsesión es fingida, el que vive obsesionado es mi mejor amigo, que en el libro hace de mi psicólogo conductista. Mi amigo descubrió que me había obsesionado con Irene, cuando me pilló pegando patadas a un punto y aparte para convertirlo en coma, le tuve que explicar que quería seguir hablando de mi para que Irene se enamorara obsesivamente de mi personaje. No comprendió como el protagonista de un libro de bolsillo comete la aberración de enamorarse de su lectora, aunque mi amigo es un personaje muy educado y lo aceptó; que al final es en lo que consiste la educación. Aún así me advirtió que nadie se plantea cambiar lo que ya está escrito, que semejante blasfemia por mi parte se merecía una vigilancia obsesiva por la suya.
Tras aquel ataque de narcisismo retórico solo podía aprovechar mis oportunidades cada vez que Irene hacía suyas las palabra. En la subjetividad, una onomatopeya es más onomatopeya, te puedes convertir en una elipsis continua y una perífrasis se puede aprovechar como circunvalación hasta la cabeza, donde uno se puede presentar como el hombre que va frente a ella en el metro, que frunce el ceño pensativo mientras la mira de una forma furtiva, pero obsesiva; en lo bonito que es ese seat panda que está detenido en el semáforo, el mismo coche que conduzco en el libro o tal vez, cuando vea un ambiente caótico, le parecerá estar en mi boardilla.
La conciencia de la existencia del fin no nos libra del dolor cuando llega su certeza, y el día que no sentí su punto de lectura entre las páginas del libro fue como una amputación. La ansiedad en la espera de que se abriera el libro de nuevo y notar sus dedos por el interlineado hizo que generara una metonimia muy peligrosa que tuvo que ser extirpada de un manotazo por mi amigo. Mi amigo, muy preocupado, se obsesionó más en su vigilancia y esto hizo que mi obsesión por encontrar a Irene creciera de tal forma que me llevara a descubrir que los libros se comunican entre si por extraños laberintos ideológicos, influencias entre unos y otros e incluso plagios. Vi que entre movimientos artísticos era fácil moverse, costaba más dar el salto de un estilo a otro, pero siempre hay una puerta, un acceso y con el tiempo me hice un experto en viajes literarios.
No sé cuantos libros he recorrido desde que Irene dejó el mío en una estantería, seguramente alguno me habrá leído en más de un best seller sin darse cuenta. Algún día volveré a notar los dedos de Irene en el interlineado y nada impedirá que la abrace con esta gracia de Time New Roman once puntos donde estoy escondido. Ni siquiera la obsesiva vigilancia de mi mejor amigo a quien he administrado litio en puntos suspensivos........
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