Un día.
Con tu estable presencia,
tu calma,
el tiempo de tu lado,
sólo con gestos de entrega,
llegaste.
Infinitos días llegaste.
Casi no te ví, por poco.
Si no fuera por tu tiempo, la calma y los infinitos días.
Golpeaste la añosa puerta casi imperceptiblemente
Y escuché.
Porque todo estaba quieto y en silencio,
alrededor tuyo.
Luego te hiciste presente.
A veces estabas ahí, o de tanto en tanto.
Entrabas por la puerta lateral,
y siempre era un descanso encontrarte.
Tú y tu calma de la mano, yo partícipe.
Y una vez,
de pronto miré y estabas recostado a mi lado,
despierto y dormido, iluminada tu cara por la azul pantalla.
Anhelando un roce, dispuesto a inventarlo.
En un instante largamente esperado,
declaramos el amor.
Y el roce se volvió eterno, las caricias eternas, el beso una forma de lenguaje.
Sólo el alba nos detuvo y el bullicio urbano que amaneció con la primera luz.
En nuestra cama, de piel en piel, aún alzados,
flotabamos a media altura,
el pecho temblando
pero rodeados de infinita calma.
|