Hubo un tiempo, decía mi abuelo, en el que incluso las sirenas de las ambulancias sonaban a Jazz.
Y entonces yo le preguntaba:
Hey abuelo, ¿y las de los polis cómo sonaban?

Mi abuelo miraba al techo, sonreía de medio lado y contestaba que esas eran las más tristes. Él tenía un saxo viejo, yo creo que si alguna vez hubiese tenido paciencia para contar las arrugas de su cara me habría dado cuenta de que eran las mismas rayaduras de su saxo.

Nunca quiso otro. “Yo nací en enero de mil novecientos diecisiete, al mismo tiempo que el primer disco que contenía la palabra Jazz, y éste compañero, lo decía mientras miraba al armario donde lo guardaba, y éste compañero tuvo el gran honor de ser mío el mismo día en el que decidí salir a soplar.

Se lo regaló su madre, algo así como un regalo de bienvenida. Ella no sabía nada de música pero era lo único que había podido ganarle a la vieja Trum.

Según imagino fue algo así: (las dos estaban embarazadas)

--Yo pariré un niño.
--Los niños son cosa mía –dijo la vieja Trum al ver que mi bisabuela ya tenía cinco hembras.
--¿Qué te apuestas?
El marido de Trum estaba en el porche, riéndose de la conversación y al ver que su mujer dudaba entre una cesta de huevos o el cerdo dijo:
--Dile a esa bruja que te apuestas mi maldito saxo.

Y el pacto quedó sellado como todos los grandes tratos de la historia, con un apretón de manos que bien podía romper un huevo en vertical.

Mi abuelo también decía que la melodía de un buen saxofonista nacía del sonido de las tripas. En ése momento asentía se tocaba la barriga y contaba que no había nada más sincero que el hambre. El hambre te hace improvisar y en eso yo era el mejor.

¿Eras?

Se reía y cambiaba de tema.

--¿Sabes que habría ganado el hijo de la vieja Trum sino hubiese nacido niña?

Aquello me interesaba y mucho, sobretodo por que yo también había nacido perdiendo la apuesta, era chica.

--Un par de zapatos, zapatos de tacón, negros. Y es que tú bisabuela tenía muy mala uva, y con esa apuesta ya dejaba claro que iba a ser una niña. La vieja Trum no se dio cuenta enseguida de la tomadura de pelo, y cuando por fin cayó era muy tarde, se había quedado sin saxo, sin zapatos y dicen que casi sin marido.



La chica se llamaba June, dijo mi abuelo, y nunca necesitó un instrumento, ella… Toda ella era un saxofón. Luego me guiñó un ojo.

Le dije a mi abuelo que yo también quería tocar como él y entonces buscó a June, porqué así llamaba al saxo y me lo dio.

No me salió bien y supuse que era porqué acababa de comer. Esa noche no cené, en el desayuno apenas probé bocado y para el almuerzo ya me sonaba bastante el estómago. Decidí probar de nuevo pero de allí no salía nada piadoso.

Mi abuelo dijo que June era muy caprichosa y salimos a comprar uno nuevo. Me dijo que lo primero que había que hacer era calibrarlo, y lo hicimos.

Tócalo así, y luego así, ¿lo ves?... En ése momento tocaba “I’m crazy about you, baby” y era delicioso, tanto que me puse a bailar de inmediato. Después improvisó y al terminar sentenció que aquella melodía era para mí: Se llama “White Swing Lady