[Advertencia, soy mejor sintiendo que escribiendo]

recordaría unos años después saliendo de barajas el triste escenario vivido esa tarde de diciembre..

tendría yo unos veinte años, algunos más, algunos menos, lo que la memoria alcoholizada me permita recordar, y bajaba su falda día a día en el portal de siempre a la hora acostumbrada y nos hacíamos nuestros a la hora de las campanas con la misma rutina y el asqueroso desenlace que siempre fue igual.... y sin embargo me encantaba y cada tarde jugaba a encontrar nuevas emociones, suspiros o alguna especie de mueca que me hiciera pensar en mi amante, la de siempre, como una nueva sorpresa..

y un día al portal llegué, con el mismo semblante, pero diferentes ansias y al punto de las cinco y veintidós como habíamos acordado, ella no sonreía y mis ojos no la encontraban. Luché por aguantar las ganas de llorar o simplemente ir a buscarla cuatro calles atrás donde hace años residía en la número doce, la de las flores que cambiaban de color cada estación, la única casa que guardo magia despues que pasó aquel temblor que al pueblo robaría más que el espíritu, la vida...

pero seguí esperando y ella no se encontraba, y mis manos tampoco, y mi boca temblaba, y mis ojos tan cansados de escrutinar el ambiente se cerraban poco a poco a imaginarla en silencio, caminando con una rosa y una excusa y nada más, esperando hacerla mía, sin cuestionarle razones pues al bajar los pantalones el mundo se detiene y en su lienzo sudoroso somos siempre unos artistas dibujando placeres inventados sobre el mismo muro de siempre..
Pero esa tarde no llegó y a las dieciocho con las campanadas corrí desesperado a fumar bajo su puerta esperando alguna sorpresa y no aparecería... no aparecería.

Caminé cabizbajo hasta mi colchón a soñarla y mojar mis sueños con su silueta endulzada por la noche intrigante en pensar dónde estaría, por qué rompió la promesa y si me recordaría, y esa noche me eché a llorar, por primera y última vez..

***
Y habría de recordar esa tarde nublada tantos años después esta tarde al salir en Barajas por la T3 encendida, entre viajeros esperanzados y navideñas brisas toscas, cuando entre el gris sentimiento que acompaña diciembre vi su color radiante y caminé presuroso a preguntarle por qué esa tarde no llegó a la cita acordada...

..Tras verme con confusión, recordaría el instante fabricando excusas de cajón y yo, conforme sobaría su pelo sin preguntar de su vida, sin saber si ella era la misma que había amado...

y la cité a las veinte y trenta, atrás de la cibeles en el callejón que hubiese, a amarnos de nuevo como fugitivos ausentes - y ahí estuve, a las y veinticuatro, y la ví, y la amé y nos hicimos nuestros, y nos despedimos así, como amantes pasajeros, como ilusos en Madrid..

...y nunca la volvería a ver