Al ir a mi Enciclopedia Sopena edición 1948 entro en mis recuerdos. Si me dejo llevar por los pensamientos creo saber que mi padre compró estos dos pesados tomos encuadernados en tela verde cuando yo tendría entre cinco y seis años, la edad en que comenzaba la escuela primaria. Sé también que su tránsito por la escuela fue corto porque su familia era humilde y tuvo que trabajar desde chico. Pero para mí todo lo sabía y ahora adulta pienso que fue visionario.
Puedo volver sobre mis cuadernos poblados de renglones enteros llenos con cada letra del abecedario, otros con números, el cuatro por ejemplo que dibujado al revés se transforma en una silla de perfil, en otros hay de un extremo al otro de la hoja una larga fila de patitos dibujados muy juntos uno detrás del otro que se parecen mucho al número dos. Tal vez esas ejercitaciones me llevaron más tarde a la pintura. También pegaba recortes de diarios o figuritas de próceres y dibujaba en esos cuadernos, fue mi refugio de ese tiempo, de la manera que fue el pupitre para Walter Benjamín.
Mi padre eligió para mí esa Enciclopedia Sopena cuando recién entraba al mundo de las ideas. Y ahora mis horas pasan por elegir y organizar palabras, tratar de decir algo con ellas y elaborar un pensamiento.
Me duelen la injusticia y la opresión y la miseria, no sé cómo se hace para que desaparezcan, no encuentro la manera, todo el tiempo dan vueltas en mi cabeza y terminan por agobiarme.
Desde hace varios días, me duele el cuerpo y descubro que lo que verdaderamente me alivia es hacer correr el lápiz sobre el papel, comienzo un texto en la computadora, saco una copia y luego con el lápiz, saco, pego, recorto y empalmo, juego en los espacios con palabras, puntos, comas y tiempos verbales, recorro el camino andado en aquellos cuadernos; paso por los mismos procesos y vuelvo a mi enciclopedia a buscar definiciones.
Se trata de encontrar el término exacto y ponerlo en el lugar preciso para expresar con absoluta claridad esta idea que empuja desde adentro hasta traspasar el papel, que lo escrito grite la injusticia que no deja lugar para la paz.
Dos tomos pesados, encuadernados en tela verde con letras en dorado. La tierra abonada se cubre de brotecitos de ideas que empecé a descubrir cuando pude acercarme a esos pesados libros traídos por mi padre a casa. Hoy volví a ellos para buscar palabras, busqué ficción y busqué recuerdo. Me pregunto ¿estaré idealizando recuerdos? Pero si es como si estuviera todo delante de mis ojos: la protección y el afecto de mi padre, que está ahí, que llegó a casa para contarme cosas del mundo que ha vivido, para acercarme lo que no está en la enciclopedia. Yo lo escucho ávida, su conocimiento, su sabiduría; me abarcan y me contienen.
Ahora tengo todo el material para que mis ideas salgan: hojas tamaño oficio, distintos lápices con la punta bien afinada, que salga lo que me viene de adentro, atraviese mi cuerpo y se transfunda directamente al papel.
Elijo un lápiz entre varios para continuar mi trabajo, mi padre está aquí, a mi lado, su afecto y apoyo, que fueron los únicos que tuve, resuenan hoy para que pueda seguir adelante.
Y brotan palabras que salen de las páginas ya amarillentas de la enciclopedia, bailan para que las elija, me rodean, hacen círculos a mi alrededor y me cubren toda. Llegan en forma de música, las imágenes se suceden en cascada y me encuentro sumergida en un concierto, escucho una melodía que viene desde muy adentro, desde cuando apenas comenzaba a acercarme a este mundo de ideas. Y giro la cabeza, levanto la vista y me encuentro con la mirada de mi padre, sale de una foto color sepia que tengo a mi lado en esta mesa sobre la que sigo con el lápiz para hacer surcos en el papel.
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