Jugando bajo una noche lapidaria para nuestras vidas, mi hermano y yo repartíamos piezas de juguetes por el patio. En casa de la abuela debíamos alojar aquella noche, la razón, nuestros padres asistirían a una boda. El otoño nunca fue para mi hermano, es aburrido dice. Ver caer esas hojas amarillentas sobre la tierra fértil, respirar la humedad del ambiente y ese sabroso aroma que emana de la cocina de nuestra abuela, no eran para él.
Después de una sabrosa cena, estábamos prestos al descanso, pero unas tenebrosas sombras ingresaban por la ventana, el viento, azotaba las ramas del viejo damasco contra los postigos. El miedo invadía nuestras almas. Mi primo era un vegetal, sólo movía sus ojos para seguir la dirección de esas lóbregas imágenes, que deambulaban a la velocidad del viento abarcando al techo, como si se tratase de una pantalla de cine rodando una película de terror.
Por unos interminables cinco minutos para otros eternos, callados bajo un paralizado sentido. Mi hermano volteó y sacó el habla, me propuso tender una trampa al Cuco. -Estaba sorprendido, nunca había visto un gesto tan valiente en un niño-.
Moviendo mi cabeza en forma de afirmación, acepté, mas aún las palbras no podían brotar debido al pavor. Elaboramos un plan. Cavaríamos un hoyo y luego le taparíamos de hojas secas. Armados de valor y cubiertos de lana, iniciamos la cacería; con nuestras manos cavamos un agujero de menos de 50 cms.
Corremos al fondo del patio, donde la Tata guarda hojas; según ella, para que se convierta en tierra, tomamos un manojo cada uno y con mucha prisa las depositamos sobre la inocente excavación.
Entramos a casa, nos dirigimos raudamente a la habitación. Las tenebrosas siluetas permanecían animando al techo, el sueño comenzó a debilitarnos, luego de un corto lapso, mi primo con sus ojos cerrados parece olvidar al miedo, -Lucho contra ti Morfeo, es mi hora de actuar, comprendo que debo ser el vigía, no me llevarás al mundo de fantasías, aún no-, me decía.
Escucho el sonido de unas hojas secas; no muy fuerte, pero lo suficiente para que mi hermano abra los ojos en ese mismo instante. Nuestra imaginación procesó la caída del Cuco, y pasamos a la historia, como los niños que engañaron al temido espectro de la noche.
|