Hablar de la palabra es remontarnos al inicio de la era, quizá, quizá mucho más atrás, quizá sea remontarnos a esa vieja tradición hebrea del Aleph, o antes cuando el verbo era con Dios.
Hablar de la palabra femenina es sin embargo, un tema reciente, un tema que no sobrepasa la barrera del milenio.
El sentimiento no impreso, no dicho, es quizá el misterio de la sociedad, la ardua labor de los especialistas en materia del pensamiento, el silencio, no es muestra de la ausencia del deseo, de la sed de venganza, el silencio es quizá la marca de la que la mujer, ahora, se ha venido desprendiendo.
Sor Juana reta a su tiempo, un tiempo que clamaba la gran voz, Sor Juana, décima musa, Gioconda Belli y Silvia Plath sólo demuestran esos deseos hundidos, encarnados a través de los años.
Leer a VIHIMA es, en cambio, leer fuerza, premeditación, plena conciencia. El título de este relato nos encara a una situación poco ortodoxa, pero nos enfrenta a ese ámbito cotidiano, similar al ciclo lunar.
La duda es siempre presente, el no poderse definir es una muestra de esa vacuidad dejada para regocijo de los hombres, pero no por ello deja de retarnos, sabe que sus actos fueron enseñados, con esa enseñanza que da lo infinito del azul, o también un solo día de amor.
Las palabras fluyen y en este escrito los sentimientos se apelmazan, se estrujan, se pisotean hasta lograr lo que el lector quiere.
Qué es lo que Vihima desea, sólo que nosotros poseamos un cuenco.
TEXTO ORIGINAL
¿Cómo te viertes sin rasgarte primero…?
No temo el daño, vi las señales como radiantes estrellas indicándome el camino, nunca estuve ciega, tuve maestros que me enseñaron a leer en azul… pero sí temo a lo que se duerme detrás de mis ojos.
Será que quiero amar esa parte que no entiendo…, esas ganas de perforar, de indagar en las entrañas… ese lúbrico exceso que me lleva a tejer polillas entre mi piel y el aire.
Así espero el momento para acudir, el momento adecuado para sangrar en un cuenco, para inventar una excusa, para callar llena de voz…
Aunque no sé que decir, no sé que soy… cómo mucho sé que me gusta el chocolate y que tiendo a dormir en diagonal.
Pero ¿y qué sabes tú?...
¿qué sabrás tú?...
¿O acaso puedes compartir este dolor sin nombre?
(Espero que tus asientos no sean caros, o de piel,
o al menos que tengas un cuenco…)
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