Noche iluminada.
Estoy mirando al horizonte,
miro hacia abajo
¡Altura! ¿Que hago aquí?
Estoy sobre el tejado de una casa,
me gustaría saber cómo y por qué he llegado a este lugar.
Miro hacia el cielo, miro a lo lejos, a mi alrededor,
no encuentro la razón.
El cielo está despejado, es posible ver algunas estrellas,
pues la mayoría de ellas se ven opacadas por el intenso brillo de la luna llena.
Miro la luna y una brisa tibia roza mi cara
y me lleva a observar lo que la luna mira.
Había buscado a lo lejos, sin darme cuenta que junto a mí
la luz de luna baña un cuerpo.
Tendida sobre el tejado, está tu piel desnuda,
sobre una manta, perfectas curvas.
No me has visto, tus ojos están cerrados,
estoy a escasos centímetros de ti,
viendo como disfrutas que la luna acaricie tu cuerpo
y yo por momentos la envidio.
Me agacho junto a ti,
toco tu pierna a la altura de tu muslo,
mis manos tiemblan, tu abres los ojos,
me miras de frente, te observo, sonríes.
Nuevamente cierras tus ojos, como si no me hubieses visto,
parpadeando como si alguien te obligara a cerrarlos.
Tu piel se ha erizado, no sé si de miedo o de qué.
Vuelvo a tocar tu pierna,
sé que me sientes, pero ahora ya no te molestas en mirar.
Haces un movimiento ondulante levantando tus caderas y dejándolas caer,
acompañas el movimiento de un leve quejido que me dice que disfrutas mi caricia.
Estás dispuesta a sentir.
Llevo mi mano a tu entrepierna, subo por tu pelvis,
sólo uno de mis dedos te recorre hasta rodear tu ombligo,
Lo reemplazo con mis labios, pareces sentir su calor y mi aliento,
pues has repetido el movimiento y tu piel se vuelve a erizar.
Voy subiendo por tu cuerpo, avanzando beso a beso.
También estoy desnudo y mientras subo,
mi pecho acaricia tus piernas.
Beso a beso, suaves movimientos,
mis labios en tus senos, mi pecho en tu estómago y
mi estómago en tus muslos.
Bebo el fruto de tu piel, me embriago, reboso de placer.
Tu respiración se hace más rápida, tu corazón también se acelera,
se ha endurecido la piel que acarician mis labios.
Subo por tu cuello, llego a tu boca,
está fría, sedienta y tu jadeante.
Tu estómago convulsiona, lo siento bajo el mío,
tu cuerpo tiembla, bañado en sudor rebosante de placer.
Siendo la luna nuestro testigo
y una cálida brisa nuestra cobija,
nos hacemos uno, recorriendo nuestros secretos,
saciando nuestros deseos.
A mi Amada |