El Niño Jesús y Papá Noel.
Se sentó en la escalinata de acceso, había salido a disfrutar un poco del fresco nocturno después de un día de agobiante calor, mientras su familia terminaba con los preparativos para la cena de Nochebuena . La paz y quietud de esa noche excepcional, el brillo de las estrellas y el aroma a jazmines que impregnaba el aire, contrastando con el bullicio del interior de la casa, desde dónde se filtraban las conversaciones de los mayores y las risas excitadas de los pequeños, le hicieron sonreír.
- Papá Noel se moriría de calor con su traje en Córdoba – pensó.
Cuando él era pequeño, Papá Noel no existía por estos lares, o por lo menos no se le conocía en las humildes casas de los pueblos serranos. En su casa paterna, un antiguo Pesebre de madera hecho por el abuelo carpintero, con una cunita mullida rellena de paja, reinaba en un costado de “el comedor”, el lugar dónde se comía en ocasiones especiales o cuando había “visitas”. A un costado del Pesebre, un modesto árbol iluminado por diminutas velas y adornado con angelitos de cartón, completaba la estampa navideña
Milagrosamente a las doce de la noche, mientras ellos se encontraban distraídos con sus juegos y las sencillas golosinas navideñas que habían preparado las mujeres de la familia, en el pesebre se instalaba un Niño Jesús de yeso y su madre les explicaba que había nacido el Señor, y con él habían llegado regalos para los niños buenos (él se preocupaba especialmente, en serlo los días anteriores a la Nochebuena)
Por arte de magia aparecían los regalos, con una tarjetita con el nombre de cada uno para que no hubiera discusiones. Un juego de cocina de chapa pintada para su hermana, un balero para él. A veces el Niño parecía adivinar las necesidades de vestimenta, porque su regalo podía ser desde calzoncillos hasta un pantalón corto, sospechosamente parecidos a los que confeccionaba mamá.
Sólo recordaba una ocasión en que los regalos fueron tan asombrosos que quedaron mudos de emoción. El Niño había sido más pródigo que nunca, una bicicleta de varón, con una tarjetita a su nombre y un triciclo para la niña. No importaba que fueran usados y refaccionados a nuevo, Jesús debía llevar regalos a todos los pequeños del mundo y él también era pobre, tan pobre que había nacido en un pesebre. Nunca olvidó cómo temblaban sus dedos mientras acariciaba los caños recién pintados; hasta mamá y papá lloraron de felicidad.
Un buen día Papá Noel había llegado, con su risa contagiosa y su figura bonachona y se había instalado en la mente y en las ilusiones de los más pequeños. Con la misma fuerza e ilusión que antes esperaban ver la estrella, ahora esperaban también ver el trineo surcando los cielos. Él lo había aceptado en su hogar, solía decirle a sus hijos que era un ayudante del Niño Jesús para que todos los pequeños recibieran su regalo a la hora justa.
Sacudió la cabeza sonriendo.
- Los tiempos cambian, pero las ilusiones de los niños permanecen intactas – pensó.
Aspiró una nueva bocanada del aire fresco y perfumado antes de ingresar a la casa, la familia ya estaba preparada para ir a Misa de Gallo; la mesa en el comedor relucía con su mejor vajilla aguardando la hora de la cena. Siempre se había preocupado porque en su hogar no se perdiera el verdadero espíritu Navideño, cuando a él le correspondió como padre y ahora, como abuelo.
El árbol se veía precioso con sus adornos modernos y sus luces multicolores, coronado con una estrella de larga cola, casi tan bello como el de sus recuerdos. A un costado, el Pesebre, humilde y encantador; el mismo que había admirado en su niñez. Sonrió satisfecho, las tradiciones podían mantenerse si uno se lo proponía, sería una buena noche, la ilusión reflejada en los ojos de sus nietos, así lo auguraba.
María Magdalena |