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Las Copas

Una más.Ya era la cuarta copa que desaparecía de la colección de dos docenas exactas de esos vasos perfectos, finos, de cristal, que habíamos comprado con Sandra la semana pasada para la cena del próximo domingo.
Sandra Di Thomas, mi mejor amiga desde la infancia, era una mujer joven, amante de la prolijidad, optimista y con un futuro exitoso en el mundo de la producción de revistas de moda.
La cena, un acontecimiento no tan importante para mi, ya que yo sólo asistía para acompañar a mi amiga en el momento de la gran bomba para sus padres y los de su novio, Julio José Quincelas: anunciar y confirmar su casamiento. Para Sandra era un momento clave, que traería diferentes reacciones por parte de todos: dudas, responsabilidad, emoción, inquietudes, la aprobación de sus padres y, por supuesto, su futuro de casada o soltera; por eso, Sandra había estado organizando todo para una cena perfecta y prolija, con los mínimos detalles planificados, para que el domingo termine en un día glorioso y feliz.
Pero desafortunadamente, desde el lunes habían empezado a desaparecer las copas, lo que empezaba a desesperar y a preocupar cada vez más a Sandra. Pensamos en comprar unas más, pero nos dimos cuenta de que ya era miércoles, y la feria donde las habíamos adquirido cerraba justo en esos días, ya que los dueños irían a buscar mercadería a Buenos Aires.
-¿Eugenia de Quincelas?
-Si, Eugenia de Quincelas.
-Pero ella es la mamá de Julio, no creo que haya sido.
-Estoy segura. -me respondió con un tono de bronca y desconfianza. -Esa mujer me odia, piensa que yo me voy a casar con su hijo sólo por dinero, además, nunca tuvimos una relación cómoda entre nosotras, seguro que haría lo que sea por arruinar todo y convencer a Julio de que no soy para él.
-No sé. Me parece una mujer muy inteligente como para hacer desaparecer unas copas.
Eugenia Schlieffen de Quincelas era una mujer mayor, pero de esas ricachonas que se la pasan el día en el casino, tomando whisky, vestida con tapados y pieles rojas o negras, y con alhajas y joyas por todas partes. Era una mujer muy orgullosa y su hecho inevitable de mirar el reloj cada quince minutos, hacía sentir incómodo a cualquiera, como si quisiese estar en todos lados menos ahí.Yo no creí que fuese ella, no estaba para hacer chiquilinadas, además, el martes se había ido de viaje a una isla, a un hotel cinco estrellas, y volvería el sábado próximo.
Se terminó de convencer cuando le dije esto, pero empezó a pensar en una nueva sospechosa: Susana López.
-¿Y esa?
-Esa es la mucama que contraté un mes atrás. Ella está todo el tiempo en la casa, todos los días hasta las cinco de la tarde. Hasta tiene las llaves.
-¿Por qué las llaves?
-Se las dì porque viene a las ocho de la mañana, así no tiene que tocar el timbre y despertarnos. También porque la mayoría de los días no estoy en casa cuando se va, entonces ella cierra la puerta de entrada.
-¿Para qué crees que las querría?
-No sé. Vos sabès que Susana es una mujer de bajos recursos económicos y...- ahí se quedó ahogada en sus propias palabras, tratando de buscar algo que decir.
Decidió interrogarla disimuladamente esa tarde.
-Susana,¿no notaste estos días, que faltan un par de copas nuevas de la vitrina?
-Si, señora, de hecho no le dì mucha importancia. Pensé que se habían roto o que se habían caído cuando usted limpió la vitrina, ya que tuve que barrer los restos de vidrio de una sola copa que estaban hoy a la mañana cerca de su habitación.
-¿De mi habitación?
-Si, bueno, llegando.
-Bueno, gracias Susana.
Ahí se quedó con la boca abierta. Un pensamiento parece que hubiera pasado como un relámpago por su mente, dejándola ahora con más dudas.
-¿Llegaste a algo con Susana?
-No y sí.
Odiaba esas respuestas abstractas que no tenían sentido. Quería algo más concreto, así que volví a preguntar:
-¿No y si?¿Cómo es eso?
-No fue ella, no creo, pero me quedé helada con lo que me dijo y lo que pasó ayer a la noche.
Me contó la conversación con Susana López. Se hizo un momento de silencio, donde las dos pensábamos en algo y después de algunas miradas, siguió:
-Pero lo más raro es que después de que me dijo de la copa rota, me acordé que ayer a la noche sentí el ruido de eso rompiéndose, pero estaba muy dormida como para prestarle atención. Además pensé que podía haber sido Paco, rompiendo un florero, ya que le tenemos que colocar unas gotas que nos diò el veterinario por una conjuntivitis.
Eso era otra cosa que odiaba de Sandra, su corto plazo de memoria, su fiaca y lo perezosa que era en esos momentos.¿Cómo no se iba a levantar por eso?¿Y si era un ladrón?¿Qué hubiera hecho? Además, si el perro no ve bien, el olfato lo ayuda a que se oriente.
Pensamos en el equipo de mudanzas, que había estado trayendo cosas a esta nueva casa, pero fue una sospecha pasajera y descartada rápidamente, ya que los fletes se habían dejado de hacer el viernes pasado. También pensamos en Mario Di Thomas, el padre de Sandra, un hombre de puro negocio, con la agenda siempre llena de cosas por hacer. Pensamos en él por su rivalidad con Eugenia, eran perro y gato.Todo había empezado hace años, en la cena en que se presentaron, cuando Julio tomó de las joyas de su madre una gargantilla y se la diò a Sandra para combinar con su vestido; pero cuando Eugenia la viò puesta en ella, explotó y se puso como loca, culpó a Mario de habérsela robado y no ser capaz de comprarle a su hija una propia. Le explicaron, pero no quiso aceptar. Dijo que Mario le había tratado de arruinar la noche, ya que también, pero no intencionalmente, le derramó vino en la camisa y volcó aceite sobre su copa. Pero dejamos de lado la idea de Mario, era un hombre muy ocupado, que no había visto a su hija en la última quincena del mes. Así nos quedamos sin sospechosos. Pero esa noche, sucedió todo:
Eran las cuatro treinta de la madrugada cuando sonó el teléfono. Me desperté sin ganas, pero con intriga de saber quien era el que llamaba a esa hora. Era Sandra con voz de entredormida pero exitosa con lo que había conseguido:
-Ya se quién me estuvo robando las copas.- dijo con voz de deducción final.
-¿Quién?
-Yo. Sólo yo.
-¿Vos?
-Si, yo. Lo acabo de descubrir recién cuando sentí un dolor en los pies.Me levanté y estaba en el lavadero, en pijama, pisando una copa rota, y con dos más en la mano.
-¿Y qué hacías vos con las copas?
-Las guardaba en una caja escondida para protegerlas del posible “ladrón”que me las estaba robando.No sabía que yo era sonámbula.
-¡Así que eras vos! -me reí.
-Me preocupé tanto que las empecé a guardar ahí y así es como desaparecían.
-¿Y la que se rompió cerca de tu habitación?
-Seguro que se me cayó y volví a la cama, pero sentí el ruido.
Así es como llegamos al fondo de un absurdo delito, donde la detective era la delincuente. Pero además de recobrar las copas, también supimos que Sandra era sonámbula.
Las copas habían vuelto, estaban nuevamente en la vitrina, impecables y perfectas como el primer día.



Texto agregado el 18-12-2007, y leído por 124 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
18-12-2007 Las copas moviendo el piso de Sandra le dan una tensión rica a la historia; quizás me habría gustado que el desenlace no cayera tan así como así; pero me parece bien escrito. quilapan
 
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