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***LA MAQUINA DEL TIEMPO***


"A Marcelo Bailey y su hijo,
con cariño y dedicación,
y para vosotros que aún sois niños,
niños eternos"


CAPITULO I: "El Relojero"


El señor Carls era el propietario de “Tiempos Buenos” la tienda de relojes más conocida de la ciudad.
El señor Carls era un hombre menudito: calvo, bajito, con un bigote corto y perfecto que se ajustaba justo por debajo de su nariz.
Tenía los dedos rechonchos, pero manejaba los relojes con suma maestría.
Para el señor Carls –como para todos los verdaderos relojeros- cada reloj tenía su historia y su tiempo, una historia propia, decía, como si cada reloj tuviera vida; como si las manecillas fueran pequeños miembros movidos por un corazón de engranajes.

Era extraño pero el señor Carls no creía en la existencia del tiempo.
A pesar de ser un relojero –experto por lod emás- sentía que el tiempo no pasaba y solo existía, y aún así los años se le habían venido encima. Tenía la frente más rugosa y unos movimientos mucho más lentos que antes. Sus ojos grises y vivarachos mostraban a un hombre sumamente culto y sagaz.

La tienda pasaba la mayor parte del tiempo abierta y sobre todo vacía.
Solo los palpitantes corazones metalicos del Señor Carls, una biblioteca de libros enfundados en plástico y una mesita de noche componían la única compañía del señor Carls.

“El tiempo no pasa, solo existe” rezaba un letrero bajo el nombre de la tienda, en tres idiomas desconocidos.









CAPITULO II: "Extraños sucesos en Av. Rue"


Las primeras hojas de Otoño comenzaron a caer, doradas, sobre las aceras niveladas de Av. Rue.
La lluvía caía de vez en cuando y pequeños brotes comenzaban a mostrar orgullosos sus primeras hojitas verdes y pequeñas.

Era un día como cualquiera mientras la chimenea crepitaba y el radio encendido narraba las noticias frescas del día.

-En Glondon las aves comienzan a caer congeladas de sus nidos, Bryan-
-Y aunque parezca increíble, Sussan, a menos de 2 kilómetros se han desarrollado no menos de 20 incendios en menos de tres semanas, dadas las temperaturas extremas. Nuestros meteorólogos recomiendan…-

-¡PAMPLINAS!- se quejaba el abuelo Joe –en mis tiempos no ocurrían estas cosas. Todo es culpa de esos malditos políticos y su ozono- terminaba apagando la radio que no volvía a encenderse hasta muy entrada la tarde.

Quizás fuese por ese motivo que ni el abuelo, ni la abuela, ni aún el pequeño Bastián se enterarán de las cosas que ocurrirían luego en Nittle Gasper.

“Las relojerías han sido desmanteladas. No se sabe muy bien, pero los médicos indican que solo en un caso de demencia extrema se podrían cometer crímenes tan atroces como los ya mencionados. Las victimas han sido identificadas y retiradas esta mañana. Todos relojeros, brutalmente asesinados en sus propias tiendas…”









CAPITULO III: "El reloj descompuesto"


Bastian asomado en una ventana observaba los pedazos de nieve que caían en forma de macizos copos. Era extraño, pues los dorados rayos de sol pegaban fuerte en la piel, pero los copos de nieve eran tan densos que formaban una blanca y fría capa de nieve en el suelo.

-Necesito llevar el reloj a la relojería- expuso el abuelo – Bastian, quiero que vayas en cuanto deje de nevar.- Pidió cortésmente y agitó una moneda de bronce que dejó sobre la mesita de estar.





-Buenos días- saludo cortésmente más tarde Batian, pero dentro de la relojería todo seguía intacto y nadie contestó.

Era extraño, pero el Jarrín del Señor Carls no daba la impresión de haber sido tocado a penas por la nieve. El césped lucía verde y las tejas seguín rojas y polvorientas como siempre.
-Buenos días- volvió a decir Bastian, esta vez lo más fuerte que podían sus pulmones, son olvidar la cortesía.

-Ya voy, ya voy, chico- repuso el señor Carls. Tenía las cejas arqueadas y el delantal puesto apresuradamente sobre la ropa que por primera vez lucía descuidada y polvorienta. -¿Qué necesitas?-

-Eh… el abuelo dice que usted podrá reparar su reloj, señor- El señor Carls lo miraba escéptico. Batian metió sus manos en el bolsillo y sacó un dorado reloj. Cuando se puso de puntillas para dejarlo sobre la mesa del mostrador observó un corte en la pierna del relojero.
Era una herida profunda, cerca de la cual el pantalón estaba rasgado.
El señor Carls movió el delantal y escondió la pierna ceñudo.

-En… en cuantas horas puedo venir por él- preguntó Batian, tratando de cambiar la incomoda situación que se había formado.
-¡Horas!- exclamó Carls –¿Tú crees que es tu reloj el único que debo reparar?- apuntó una pila de relojes sobre la estantería tras de él. -Vuelve en una semana… chico… tal vez… ¡JOSEPH!- exclamó de pronto- su mirada se había tornado brillante por unos segundos.
-Vuelve en una semana, hijo- repuso el señor Carls guardando el reloj- pase lo que pase, sea lo que sea, vuelve en una semana y tu maquina estará lista.-

“Maquina” pensó Bastian, era una forma extraña para que un relojero se refiriera a un reloj. ¿Por qué habría mencionado el señor Carls a su padre? y después de todo ¿Cómo sabía él que su padre se llamaba así si había muerto muchos años atrás muy lejos de Nittle Gasper?

Abrió la puerta y salió disparado hacia la reja de la calle. Cuando la hubo cerrado los copos de nieve comenzaron a caer de nuevo.


CAPITULO IV: "EL relojero desaparecido"


Los días sucedieron lentos. La gente ya no salía de sus casas, salvo para dirigirse a sus trabajos. Tres días se declaró una alerta y nadie pudo salir.
Una ráfaga de viento se levantaba de vez en cuando, a veces del norte, a veces del sur… Truenos y rayos se habían vuelto comunes.

-Otras muertes extrañas, Sussan, han despertado el miedo en la gran ciudad-
-Y no olvides las extrañas desapariciones, Bryan- respondía su compañera. El radio a menudo daba noticias como estas en los últimos días.

“Una ola de incidentes extraños han ocurrido en la ciudad. El reloj de San Francisco ha quedado también detenido y su causa no se ha podido encontrar. Los expertos atribuyen…”

Batian que no era muy aficionado a los noticiarios comenzó a prestarles atención. Todas las tardes se sentaba en el suelo frente al radio que sonaba.

-Uno más-
-Uno menos, querrás decir- respondía la abuela- y tomando el reloj descompuesto lo apilaba al lado de la chimenea, donde tres o cuatro relojes más lucían inertes.

“Y las desapariciones continuan…
Federic Shumpike, de Loster Dunas,
Edgar Smithwick , de Norton,
Rose Landerer, de Cosmopolitan…
Y Carls Frank de Nittle Gasper, uno de los pocos relojeros que quedan, propietario de “Tiempos Buenos” que cerrará sus puertas esta tarde. Una terrible perdida, un hombre muy querido…”


El abuelo golpeó enojado su silla.
Bastián abrió la boca, pero no dijo nada.
Las ordenes habían sido muy claras.
“Pase lo que pase, sea lo que sea”…






CAPITULO V: "La maquina del Señor Carls"


Bastian tuvo que mentir, pues de lo contrario no se le hubiese permitido salir de casa para visitar la relojería vacía.
Estando allí se encontró con otra dificultad.
Las rejas cerradas y llenas de cintas plásticas que rezaban “prohibido el paso” y “peligro”, junto con dos policias armados que vigilaban la entrada.

Bastian no tardó mucho tiempo en encontrar un fierro afortunadamente (o extrañamente?) suelto. Cuando estuvo dentro corrió a la puerta trasera que misteriosamente había sido dejada sin llave.

La casa vacía estaba llena de polvo. El reloj del abuelo lucía radiante sobre el mostrador. Batian lo tomó y sintió que sus manecillas se movían dentro. Lo abrió. Las manecillas estaban inertes y una nota doblada y amarillenta les impedía el paso. Cogió algunas herramientas y sin sentir culpa por operar el reloj del abuelo lo abrió.

“Bastian:
Busca la cortina azul, tras la puerta de la entrada. Tu maquina esta reparada de nuevo.

Señor Carls”


Bastian arqueó la ceja. Aquello no era cierto, el reloj seguía descompuesto (a pesar de que ya no tenía la nota dentro).

No tardó en encontrar la cortina azul y cuando la abrió puso ver una gran maquina con una puerta forjada en acero. Estaba cerrada. Bastian lanzó un grito de asombro. En pequeñas y brillantes letras labradas sobre el acero frío se leía:

“Maquina del tiempo. Propiedad de Joseph Duran y Carls Frank. Abril, 15. 1973”






CAPITULO VI: "La llave dorada"


Bastian pensó rapido. La cabeza le palpitaba.
La puerta no abría. No tenía manecilla, pero tampoco alguna cerradura- no al menos una convencional, sino una redonda y plana.

Bastián tomó el reloj y lo abrió. Quizás hubiera alguna nota más que hubiese pasado por alto. Lo examinó. Nada. Lo cerró. El reloj redondo y plano lucía brillante. Frunció el ceño. Aquel no era el reloj de su abuelo. Solo ahora había reparado en el detalle del águila labrada en la tapa. Pensó de nuevo… quizás…

Puso el reloj en el lugar de la “llave” y la giró con fuerza. Las manecillas del reloj comenzaron a girar, pero en tono contrario. Un montón de engranajes comenzaron a moverse también dentro de la maquina que chirriaba. El sonido era estremecedor. La puerta cedió, mientras fuertes bocanadas de vapor salían disparadas. Cuando se hubieron apagado la puerta se abrió finalmente, y Bastian comenzó a penetrar en un oscuro y largo pasillo empedrado.


Texto agregado el 18-12-2007, y leído por 109 visitantes. (0 votos)


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