Lloviendo,en mi o afuera, ya no sé.
Me siento en el borde de la ventana y observo, observo las calles empedradas, las sombras del olvido...
Mi suspiro ha empañado el cristal, lo trato de limpiar pero se empaña más, como empañan los besos de pasión y sólo se limpia con caricias...
y con un buen azote que emprenda el vuelo de palomas de vidrio, que chocan contra el suelo empapado, tanto como la piel se empapa de sudor con un abrazo, abrazo que ciega.
Mi mano no se salva del roce de las piezas afiladas, que dejan sus caminos de rubí escurriéndose en mi piel, caminos una vez recorridos por deseo y susurros de papel.
De lluvia se pasa a tormenta, y el riachuelo se empieza a desbordar...
Amarro el torniquete,¡que no se vaya!, que no se vaya como el sol se ha ido. De nada sirve aferrarme, sólo me quedo viendo cómo la ilusión de mis venas se escapa.
Empalidezco... como la luna de sábado, testigo de palabras endulzadas con plástico fundido.
De pronto, la bomba de vida se detiene y el dolor aumenta... ¿Es dolor de abandono o abandono de mis fuerzas? Es adiós de aire, que me asfixia y me avienta.
Y caigo en el abismo, caigo entre llamas y hielos; me detienen las piedras pero sigo cayendo hasta darme ese golpe que esparce mi polvo, que ya no siento más porque es el mismo de tenerte en mi mente... es el que ha causado mi muerte.
Me siento en el borde de la ventana y observo...
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