- Mami, te extraño - le decía el pequeño, mientras tomaba su mano gastada.
La cara de la mujer se mantenía serena, mientras recorría el comedor. Hacía un rodete con su pelo, mientras asomaba su cabeza por la ventana y sin mirar a nadie, observaba la última claridad del día. “Pronto vendrá la noche, otro día desperdiciado ... nada nuevo sucede en Navidad”, pensaba al ver caer el sol detrás de los edificios grises que le dan la espalda al río. Un millón de hojas habían caído ya. Todas las señales, todas las plegarias y todos los rosarios se habían perdido aquel día.
-¡Mamá, estoy acá! ¿No me ves? – bramó el pequeño con un grito que ni siquiera alteró el silencio sepulcral del hogar. Una vez más contuvo las lágrimas al recordar cual era su rol en ese lugar.
Ella sentía que había dejado su vida sobre aquella cama de hospital. Fue el día que se quedó sin lágrimas y sin voz, cuando le tomó la mano tan fuerte como pudo. Fue en el minuto exacto en que se le escapó esa pequeña vida. Esa vida que ya no podía luchar más. En ese momento se sintió tan vencida que no pudo cargar ni siquiera con su angustia. Cayó de rodillas al piso y comprendió lo que significaba intentar detener el viento con los dedos, y que se escape sin siquiera pestañar.
-Mami, es la hora de partir – le dijo a esa mujer de ojos tristes, que tenía la mirada perdida en un jardín reluciente, pero que no podía disfrutar.
El pequeño le soltó la mano, a la que se había aferrado tiempo atrás, y nunca había dejado de sostener. Se sintió desprotegido, sumergido en un millón de sueños que se parten a su alrededor.
Y se fue solo. Como si no lo vieran, como si no existiera, como si en realidad no estuviera allí. Como si sus alas no fueran de verdad.
Esa Navidad le tocaba volver a empezar, con una nueva vida, en otro lugar. Debía dejar a su mamá sola con su penar, sufriendo por su ausencia. Con el alma a flor de piel, rememorando cada día la tristeza de aquella tarde donde debió partir, dejando atrás su cuerpo y su dolor.
Como un sol que no se apaga, nadie sabe cómo pasa, pero las almas siempre vuelven a brillar. Como en los sueños que sueñan los ángeles que rondan este mundo, lleno de tristezas y dolor. Todo vuelve a empezar, una vez más. |