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ALMAS PARALELAS
Manuel Armayones Ruiz
Les voy a explicar una historia que me paso hace tiempo, no sabría decir cuánto. Los recuerdos de aquellos momentos se han ido depositando unos sobre otros formando esa gruesa capa que las personas de mi condición nos sentamos a deshilvanar. Mi primer recuerdo es un pasillo, largo, blanco, satinado de puertas azules con números grabados en pequeños rótulos al lado izquierdo; números bien conocidos por las enfermeras de la planta de pediatría y obstetricia del Hospital, en la que fue mi Calella natal.
Serían las cuatro y media de la mañana, digo serían porque ni llevaba reloj entonces ni lo sigo llevando ahora, tampoco lo necesito, la verdad. Sería esa hora porque solo a esa hora, pasan cosas como la que me paso a mí. Mi mujer y yo llevábamos allí varias noches, había nacido nuestra primera hija y como buen padre, velaba el sueño de mi esposa y el de mi retoño. El azote de la hora me estaba venciendo y decidí salir a estirar las piernas al pasillo largo, blanco y satinado de puertas azules. Al final del pasillo había un ventanal grande, un ventanal que daba a la carretera Nacional II, muy triste aquella noche. Pocos coches, muy pocos, pasaban rompiendo con sus faros el letargo de la carretera, a una hora en la que casi todos descansan en sus casas esperando el día que suponemos sin realmente pararnos a suponer que va a llegar para nosotros. Entre los que no descansábamos estábamos mi compañera en el ventanal que daba a la carretera triste y yo. Ella había llegado con pasos tímidos, de esos que no hacen ruido y colocan al que los da donde quiere sin ser oído. Se había colocado a la izquierda de nuestro ventanal y juntos, sin decir nada, mirábamos la mueca de tristeza que los faros de los coches dibujaban al seguir las curvas de la carretera. Mi compañera de ventanal sería una chica de unos treinta y tantos, los tantos cada vez quedan más disimulados, o anulados, o escondidos entre dietas, ejercicios y vida sana, los treinta no tanto. Estuvimos en silencio durante largo rato, hasta que me dijo: ‘ Vaya no soy la única que no puede dormir’, a lo que yo le respondí que ‘No se trataba de no poder dormir sino de no querer hacerlo’, quizás eran distintos los motivos que nos habían hecho coincidir en nuestro ventanal, ella en el lado izquierdo, y en aquel momento lo ignoraba, como se ignoran las cosas que no se conocen o aún las conocidas y no atendidas. Su voz era la voz de alguien cultivada, “leída” como decía mi abuelo “leída y viajada” diría el que fue y sigue siendo, aunque sea sólo porque yo lo recuerdo. De lo que casi no me acuerdo es de su cuerpo, a esa hora apenas existía el cuerpo, a esa hora el cuerpo se esconde y solo los amantes apresurados por la hora que todo lo marca, que casi todo lo ordena, se atreven a pensar y a actuar en él. A esa hora el manto de sueño todo lo cubre, y lo que no cubre se hace noche, se mezcla y se anula hasta el día siguiente hasta que llega el sol que todo destapa.
‘Veo que usted también tiene a alguien aquí’, le dije a media voz, no sin sorprenderme de lo estúpida de mi pregunta cuando ya no era mía.
-Sí, a mi madre, -me respondió huidiza- ,está convaleciente, en pocos días nos iremos a casa, ¿Creo que ha tenido usted una criatura no es cierto?, me preguntó como pregunta quién ya sabe la respuesta y quien pregunta para no ser preguntado
-Si, nació ayer, estamos realmente contentos. Es una criatura muy deseada, le dije yo sabiendo que lo sabía.
Las preguntas de rigor, sexo, peso y estado de la madre se sucedieron una tras otra, directas, atrevidas por el entonces desconocimiento, pero bien recibidas por mí. Al poco ella se disculpó, con un gesto rápido se volvió y despidiéndose con un “hasta mañana” dio unos pasos tímidos y se disipó entre la oscuridad que albergaba las puertas azules con rótulo a la izquierda,
Durante el día siguiente estuve al lado de mi esposa haciendo todo lo que pude, y supe, para ayudarla a pasar el mal trago de la cesárea, le acercaba el bebé, la acariciaba la espalda y también el alma. El alma de una parturienta necesita ser acariciada, vuelve a estar sola dentro de un cuerpo que albergó dos, dos cuerpos, dos almas. Ahora la segunda alma vuela sola en otro cuerpo, mismo cuerpo pero otro a la vez, se retuerce en otra materia y muy a menudo necesita volver a encontrarse con la primera a través de mimos, abrazos y contactos que solo entre dos almas amigas en dos cuerpos distintos aunque el mismo cuerpo, pero otro, pueden darse.
Llegó la noche, nos arropó el manto de sueño y volví a intentar quitarme el peso del manto caminando hacia mi, hacia nuestra ventana. Abajo seguía la carretera triste, y allí volvió ella, exactamente igual que la noche anterior, supongo que a las cuatro y media de la mañana, o de la noche, depende de para quién, la mañana para el que se levanta y la noche para el que se acuesta cercana esa hora. Noté que surgía del pasillo largo y blanco, no sé que habitación ocupaba su madre, ni se lo pregunté, no se pregunta por la habitación en el hospital, aunque si en el hotel, pero no en el hospital. En él no importan las vistas, se miran sin ver, porque todos miramos hacia dentro, hacia dentro de nosotros mismos o hacia el interior de nuestro allegado, pero siempre hacia dentro.
Volvimos a entablar conversación, esta vez me hablo de sus padres. Vivían o habían vivido, no acerté a enterarme porque el manto de sueño se apretó contra mí mientras la escuchaba, pese a mi resistencia. Seguro que al menos la madre vivía, pues convalecía, se recuperaba y pronto volvería a casa. La madre era una abogado que ejercía por su cuenta, se ganaba bien la vida y eran felices porque habían renunciado a la felicidad total que a muchos hace desgraciados, eran felices todos en aquella familia menos el padre, el padre no era feliz, el padre ya no era, fue y como todo el que fue, aún es en el recuerdo, y seguro que es más que otros que aún están, pero que hemos borrado o arrancado de nuestra mente como eliminamos los teléfonos no utilizados o fingimos no ver a quién una vez nos vio, o fingió que nos veía, y al ser fingido ese contacto, al no ser sólida la amistad, se nos permite fingir el olvido.
Cuando mi compañera en la ventana tenía cinco años el padre había murió en un accidente de circulación, ella apenas se acordaba de él y -según dijo-, hubiera dado cualquier cosa por hacerlo. Uno a las cuatro y media de la mañana da cualquier cosa por cualquier cosa –pensé. Pero me parecía sincera, me ponía en su lugar y realmente me costaba imaginar la sensación de no acordarse de alguien como un padre o una madre, debía ser curiosa la sensación de mirarse uno las manos y creer sentir aún el aliento del que una vez las besó, el tacto del que las acarició con unción, casi mística, con unas manos que ahora ya no son, que quizá nunca fueron sino en nuestro recuerdo o tan sólo en nuestros deseos.
Al hablar con mi compañera en el ventanal notaba como se aliviaba su rostro de una contracción achacable a la hora. Mientras me hablaba se soltaban nudos, fluían sentimientos como solo fluyen a las cuatro y media de la mañana, y ahora ya sé porqué a esa hora. Ella necesitaba a alguien y quizás me estaba utilizando, y no me importaba que conste. Todo lo que yo debía hacer, y era lo que hacía, era escuchar como desgranaba su vida, su historia, una vida que yo, posiblemente, olvidaría pronto, como todas las vidas que se explican a esas horas en las que el manto de sueño todo lo pretende cubrir.
Aquella última noche ayudé a aquella chica a descargar su alma, sí, el alma se carga de tensión que necesita ser aliviada por las caricias de almas gemelas en distinto cuerpo o tal vez en el mismo. Salió su tensión, se alivió también la mía escuchándola, sintiendo que hacía algo que tenía que hacer aunque en realidad a los ojos de otro pudiera no estar haciendo nada.
Solo a lo largo del tiempo he ido entendiendo que pasó aquella noche, y como pude ayudarla a descargar su tensión. Recuerdo aún su mirada, sus manos, su cara, la tendencia de mi anónima, ya no tanto, compañera en el lado izquierdo del ventanal a sacar algo que durante años se ha llevado, o se va a llevar, dormido en el interior, con ganas de expresarlo, de vivirlo en el otro lado del tiempo, de tener la oportunidad de tender los sentimientos al sol que todo lo ilumina para que el viento lo seque, lo repare todo y lo vuelva a configurar para siempre.
Que lejos queda ya aquella noche y todas las que durante unos años vinieron, justo hasta la noche en la que, en la solitaria y triste carretera, a las cuatro y media de la mañana, más o menos, deje de ser. Entiéndanme, también yo tenía necesidad de explicar lo que significó para mí aquel tiempo y aquellas dos noches con mi compañera en la ventana que daba a mi conocida y ,ahora, por fin ahora, entiendo por qué, triste carretera.
Las noches acabaron y su manto de negrura fue quemado por el sol. Ese sol era el que precisamente se colaba a través de nuestro ventanal, el que daba a la carretera, cuando yo salía con mi mujer y mi bebé a iniciar una, corta ya para mí, vida familiar. No se como me acuerdo, ni siquiera sé si es posible, o cierto, porque no todo lo posible es necesariamente cierto en mi mundo de ahora. Justo cuando salíamos del pasillo blanco, largo y esperábamos el ascensor que nos llevaría a la planta baja me pareció ver algo que nunca he olvidado, mi hijita, arrullada entre mis brazos, miró, quizás sin ver, porque no debería hacerlo a su edad, hacia nuestro ventanal, justo hacia el lado izquierdo de nuestro ventanal, a través del cuál transcurría la carretera, una carretera que, de haberme acercado a mirar, hubiera visto que ahora sonreía, como sonríe el que sabe que ha sido perdonado.

Manuel Armayones
armayone@copc.es

Texto agregado el 04-08-2002, y leído por 667 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-12-2007 Solo puedo decir que llena, que satisface, que es muy especial. RHC
14-07-2004 Hay cosas inexplicables, como que nadie te haya dejado aqui nada; pero el caso de tu cuento es mas interesante. Me ha gustado, tienes una forma muy entretenida de contar y la idea, sin llegar a ser idea porque a las cuatro y media de la mañana ni hay ideas ni nada, es muy original. Saludos. nomecreona
 
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