Puse la televisión, nada más llegar.
Y subí el volumen, hasta que el vecino de enfrente tuviera motivos para quejarse.
Pero mi objetivo era ese: Que mi vecino supiera que estaba en casa.
Que pudiera llamar a la policía, a quien fuera, si...
Temblaba,
De frío. De frío interior.
Había notado, cómo no hacerlo, que yo era su objetivo, su presa.
En sus ojos brillantes, indefinibles, pero claros.
Y en el frío que su mirada hizo subir por mi espina dorsal.
De forma automática. Injustificada, irracional.
No me fije primero en sus colmillos.
Me cautivó antes su sonrisa.
Hipnótica, ahora lo veo.
Pero como de costumbre,
yo era el cazador cazado.
Dejarse llevar...
Tantas otras veces...
Sin embargo, había echado la llave,
aunque sentía que era una precaución inútil.
No le facilitaba el trabajo a los bomberos.
Intenté, inútilmente, calentar mi pequeño apartamento.
Pero traía el frío dentro de mí.
¿Por donde entraría?
No había ventanas, y de forma automática y absurda, miré bajo la cama, y repasé las escasas posesiones de mi armario...
Mientras la notaba cada vez más cerca.
Cuando el volumen de la televisión se difuminó hasta desaparecer, supe que la puerta ya había sido abierta.
En un arrebato de desesperación,
decidí pensar en el placer que la succión irracional de sus colmillos produciría en mi cuello, que palpitaba fuera de control...
Sonreí cuando se materializó delante de la panatalla, inerte y muda.
Estaba deliciosa...
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