Me habían dejado así nomás, como quien tira un desperdicio. Después de estar tanto tiempo en el manicomio ya ni recordaba el mundo de afuera, ¡hacía tanto que no veía el horizonte, que no sentía el viento moverlo todo!
No se veía nada, pero era claro que me habían tirado en la carretera; en algún lugar del sur me encontraba. Cada cierto tiempo pasaban carros, camiones, pero nadie iba a parar por mi. Igual no quería que nadie pare, estaba confundido. Los pensamientos me agobiaban, primero pensaba en qué iba a comer, me veía mendigando y entrando en dimensiones de la realidad que siempre creí ajenas a mi situación. Pero de pronto, ahí estaba yo, caminando por el medio de la carretera con mi zapato en el pie derecho y mi sandalia en el izquierdo, con mi saco que alguna vez fue azul y mi mirada que algun día fue directa. Dando pasos inciertos sobre una pista abandonada, siendo más leve que una pluma, empujado por el viento sin saber cómo soy lo que soy, sin saber si realmente somos lo que creemos ser.
Entré al manicomio a los 24 años después de acabar mi carrera como filósofo, una crisis existencial que se convirtió en revolución del pensamiento surgió en mi espíritu después de descubrir lo que denomino la "verdadera naturaleza" de cada uno de nosotros, después de encontrarme de cara a la muerte. Vivía solo y un poco ido, por lo general reflexionaba sobre la realidad todo el día, divagaba así a cada momento, alternando las turbulencias de la mente ágil y poco obediente con instantes de contemplación fortuitos, mágicos.
Un día decidí que sería más conveniente alejarme de tanta contaminación, a medida que me insertaba más en la sociedad más me repelían sus falsedades, cada día descubría que la hipocresía era el trasfondo de todo junto con la envidia y la ambición. Vi claramente, como si alguien de otro tiempo me lo señalara, cómo la gente estaba perdida en sí misma y en sus espectativas con respecto a cualquier cosa. Vi cómo vivían intensamente una ilusión, creyendo que todo era Real.
Después de todo, siento haber salido del manicomio grande y haber entrado a uno más pequeñó, más elitista. Mis compañeros durante todo este tiempo me han enseñado a no hablar, a escuchar, a entender y a reir.
Aquí, caminando en esta carretera desierta con pasos pausados y sin prisa, siento que empiezo una nueva página de mi libro, siento que he nacido una vez más y entiendo a qué he venido. |