Cartas leídas.



El mundo nos persigue. Hubiese querido decir me persigue, pero es que no soy sólo uno. La estética ha inasistido a lo decadente. Muchas cosas no son importantes y de las que si lo son, no percibimos su relevancia. Los días me han durado bastante cuando prescindo de realizar pequeñeces que me hacen perder el tiempo. Otras veces sólo miro al techo todo el día pensando en mi cama, tal vez leyendo algún tomo de Sastre, o tocando mi guitarra siempre a la mano. Siempre que pierdo una hora en la mañana, me voy en su busqueda todo el día. Cualquier cosa tiene relación, es decir, no existe nada absurdo a lo sumo, que no esté asociado con lo más lógico; ni lo más descabellado con lo más cuerdo. Debo decir que el vino a ayudado un poco a esta afirmación.

Es insolente, por lo demás, tratar de dejar algo en el texto con la intención de atraer la moralidad de la gente. ¿Y si se escribieran cosas que no dicen nada? ¿Dejarían de ser importantes? Las interpretaciones se han convertido en el octavo arte. Gusta más a mucha gente las interpretaciones que el objeto en cuestión de las interpretaciones. Se suscita polémica. Somos punto blanco y negro, somos el objetivo y subjetivo. Cágate en el palacio presindecial y clava la bandera en el bollo, espera las interpretaciones del hecho y verás que el mundo las persigue.

Nuestra pobre existencia se ha reducido a una simple interpretación de nuestra vida. Cada vez los polos se adueñan más de la verdad y nos califican, adjetivan y adverbian según su opinión haciéndola válida socialmente, como si de pronto todos, por medio de señales febriles o arrogantes signos nos señalaran en un sórdido consenso.

Ahora somos (aunque no sea así) unas simples cartas leídas para el mundo que nos persigue.