Cuando José recibió el sobre anunciándole que había ganado el concurso de cuentos de la Revista Paula, se puso a llorar. Era la primera vez que probaba suerte en un concurso literario. Desde que envío el cuento a la revista tuvo la certeza que ganaría; era un cuento fuera de lo común, incluso a él se le aceleraba el pulso cada vez que lo leía.
José fue el regalón de su tío Alejandro. Este señor era su padrino, hermano de su padre, quién vivía en Valparaíso en una casa antigua, de techos altos, espaciosa, con vista al mar, la que se mantenía en excelente condiciones gracias a los cuidados de la señora Laurita. El tío Alejandro nunca se casó y no se le conoció pareja de uno u otro sexo. A José le gustaba pasar las vacaciones en casa de su tío porque le dejaba hacer todo lo que sus padres le prohibían. Cuando chico lo llevaba al cine, al circo, le compraba golosinas, juguetes, saciando sin límite los deseos del niño; cuando adolescente lo invitaba a las boites del puerto donde el joven vio a una mujer desnuda por primera vez El muchacho era mal alumno y el tío trató inútilmente de traspasarle su gusto por la lectura.
La señora Laurita se ocupaba de atender a José, mientras su patrón trabajaba en la Aduana. Al volver éste del trabajo, cenaban juntos en el comedor y luego el señor se encerraba con llave en el escritorio. El niño se preguntaba que haría su tío en esa habitación, pero no podía saciar su curiosidad debido a que permanecía siempre con llave. Al escritorio no podía entrar nadie, ni siquiera la Señora Laurita. Sus ventanas daban a la calle, pero siempre estaban cubiertas por una cortina azul, desteñida por el sol.
Un mañana, cuando José tenía quince años, encontró el escritorio abierto y aprovechando que estaba solo en la casa –la Señora Laurita estaba en la feria y el tío Alejandro en la Aduana- se encerró en la habitación. No había nada espectacular allí: un librero repleto de libros, un escritorio antiguo con un cuaderno pequeño y una lapicera Parker sobre la cubierta, una silla giratoria y finalmente dos cuadros con motivos del puerto, como reemplazantes del panorama que las ventanas cerradas debiesen reflejar Estaba todo cubierto de polvo, lo que produjo un acceso de tos en el muchacho. José sabía que tenía pocos minutos para husmear. Eligió entonces revisar el cuaderno y se encontró con la letra manuscrita de su tío. En la primera página estaba escrito:
Libro número 12 – Tema: Amistad
1. El viaje de vacaciones---Página 1
2. Los Barcos ------Página 12
3. Algarrobo ------Página 30
No puedo seguir leyendo. Tuvo que salir corriendo de allí, al escuchar los pasos de la Señora Laurita que se acercaban por el pasillo. Al no descubrir nada mágico en el escritorio, el joven perdió el interés en éste.
Ese invierno, José se trasladó a España siguiendo a sus padres, dejando como único pariente en Chile a su tío Alejandro. Allí intentó estudiar en la universidad, pero tuvo que abandonarla, debido a que no tenía hábitos de estudio. Entonces, se ganó la vida trabajando como obrero de la construcción
Un par de veces le escribió a su tío, pero no obtuvo respuesta. Se casó con una española y tuvo tres hijos y un mal pasar económico. Un día le avisaron que su tío Alejandro había muerto de un infarto y lo lloró en silencio, recordando agradecido tantas muestras de cariño recibidas a lo largo de su niñez y adolescencia.
José llevaba en España una vida de mucho esfuerzo, para lograr mantener dignamente a su familia. Un día al volver del trabajo, su esposa le muestra una carta proveniente de Chile dirigida a él. La abrió nervioso, pensado que podría haberla enviado su tío antes de morir.
Pero se equivocaba; era la carta de un abogado anunciándole que su tío lo había dejado heredero universal de cuantiosos bienes, los que se detallaban en la carta.
Los sentimientos se entremezclaron en la cabeza de José. Su esposa al leer la carta solo atinó a correr y gritar una y otra vez: ¡Somos millonarios! ¡Somos millonarios!
Cuando él les contó la noticia a sus padres y hermanos, éstos no podían disimular su sorpresa y envidia. El tío Alejandro fue siempre austero y no dio luces de la cantidad de bienes que acumuló en su vida.
José retornó solo a Valparaíso a hacerse cargo de la herencia; su esposa e hijos lo seguirían luego. Al llegar a la vieja casa, tocó el timbre y apareció la señora Laurita, vieja como un espectro y cariñosa como siempre.
Poco a poco y con la asesoría de expertos, se dedicó a administrar sus nuevos bienes: acciones, fondos mutuos, depósitos en dólares y varias propiedades.
Pronto llegaron a Chile su esposa e hijos. La señora Laurita se adaptó sin problemas a esta nueva familia. A José le sobraba el tiempo. Encerrado en el escritorio pasaba sus días en soledad, pensando, meditando, aislado del mundo. Y allí encontró los cuadernos que contenían centenares de cuentos.
Conociendo a su tío Alejandro, estos cuadernos no los había compartido con nadie. Ahora eran suyos, sus cuentos, sus maravillosos cuentos, los que su tío le dejó por herencia. A él, al que nunca le gustó leer ni menos escribir.
|