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Palabras premonitorias de mi maestra


No quiso morir sin antes atreverse a hacerme una predicción, que esperé desde siempre. Le amaba y admiraba tanto que nunca entré en duda de sus capacidades e inteligencia. Fue mi mejor maestra. Todo lo sabía y para cada inquietud tenía una respuesta que a la larga resultaba acertada. Por ventura, estuve a su lado mientras pasaba el tenebroso umbral. En tan difícil circunstancia, no le noté temor alguno, antes bien le vi tranquila y sosegada. Entonces aprovechó nuestra soledad y, sacando fuerzas de donde no las había, con serena voz pronunció las que fueran sus últimas palabras.

“Tanto dolor ha habido, hay y habrá después, que no es de esperarse un cambio en ese sentido. La humanidad se trastornará con la hecatombe venidera. A futuro, los que viven en nuestras tierras sufrirán como nunca, afligidos por la arremetida de otros, descendientes de los que otrora devastaron todos los continentes. Los que vienen tendrán un tiempo de duda, durante el cual la llama asesina de sus veranos, todo lo volverá polvo, arena y desierto, arrasará con sus xenófobos, vecinos y gran parte de su descendencia. Después lo que se mueve rápido y penetra la tierra, se convertirá en escalofriante muro sólido que vendrá en tres direcciones, empujándolos hacia el sur. Todo lo bello, antiguo y famoso, sucumbirá. Igual sucederá con los que viven en el fondo. Sin nada que perder y mucho por ganar, se unirán motivados por la mala fe y dirigirán su mirada de odio y envidia hacia los dueños de la tierra de libertad y esperanza. Enloquecidos como el clima, dañado por el hombre, mirarán e intentarán apropiarse del centro. Con frases dulces buscarán su amistad y cuando duerman, los asesinarán. Quienes se resistan sentirán el poder de su fuerza. Por agua, aire y tierra traerán máquinas de muerte y matarán sin misericordia, para apoderarse en definitiva. El asesino primigenio renacerá con fuerza en cada ser foráneo. Ríos de sangre correrán y el llanto será grande, bárbaro. Los humanos originales caerán y los nuevos llegarán con sus pestes y contagiarán todo ser vivo. Con su invariable modo de vivir, arruinarán los pocos vestigios de vida. Así se agotará lo bueno y el dolor seguirá su curso hasta el final”.

Aterrado, la escuché atento mientras sostenía su cabeza. Entonces, lentamente cerró sus ojos, frunció la boca y dejó de existir. Morí un poco con ella y pensé que, indudablemente, el dolor sigue su curso sin modo alguno para detenerle.





Carlos Arturo Correa Maya
ccorrea@eafit.edu.co




Texto agregado el 13-12-2007, y leído por 116 visitantes. (0 votos)


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