El moscardón zumbó su abultada torpeza en un vuelo breve y rasante y fue a pararse sobre el vidrio de la ventana.
Nacho lo miró por encima de las hojas del diario de la mañana, sonrió, casi condescendiente, dio dos sorbidas al mate, mordisqueó una tostada y volvió a la lectura.
Aurelia entró a la cocina en bata, secándose el pelo con una toalla. Se detuvo, echó una ojeada de fastidio a su marido, y siguió frotándose el pelo.
-¿Todavía estás con el diario?
-¿No ves? –y la voz de Nacho sonó distante, como su mirada, distante.
La mujer envolvió el pelo con la toalla a modo de turbante y puso café a calentar.
-No te olvidés de que tenés que llevar a Carlitos a comprarse zapatos. Yo ahora, después de tomar el café, me voy a la peluquería.
-Sí, ya sé –esta vez él no apartó los ojos del diario.
¿-¿Cómo, ya sabés?
El diario, los ojos puestos en el diario, la irritaban.
-Lo de los zapatos me lo venís diciendo desde la semana pasada, y lo de la peluquería es la tercera vez en la mañana –dijo Nacho sin abandonar su escudo, quizá con los ojos fijos en la misma línea.
Aurelia tomó un sorbo de café y lo miró, miró la cabeza que adivinaba detrás de la hoja del diario.
-No, es que si no te repito las cosas, enfrascado como estás en el diario, después te olvidás de todo
Nacho apartó el diario y miró hacia la ventana. El moscardón gordo paseaba su lomo verde acerado sobre la superficie lisa y transparente del virio. Después, miró a su mujer con expresión indefinida y volvió a la lectura.
-¿Y eso qué quiere decir?
Nacho desperezó las palabras despacio, con el tono suave y apretado de quien no quiere renunciar a un momento de tranquilidad, aunque la tranquilidad tenga la forma de un diario a medio leer.
-Eso, qué, Aurelia.
-Eso, que te hablo y ni me mirás.
El moscardón revoloteó, zumbando, dio una vuelta sobre la cabeza de Nacho y fue a posarse sobre la azucarera. La mirada de Nacho siguió al moscardón.
-Hace tres meses que no tengo un sábado franco.¿Tanto te molesta que me entretenga un rato?
La voz de Nacho sonaba hacia cualquier lado, como si no esperara respuesta. Y no la tuvo.
Aurelia empezó a desenredarse el pelo, echándolo hacia delante.
-El casamiento es a las nueve, con que estemos listos a las ocho, nos alcanza –hizo una pausa marcada y después, como al descuido, agregó: -¡Ah! Sarita y Rodolfo vienen a buscarnos con el auto.
Pero cuando dijo “el auto”, agredía, decía otra cosa. Posiblemente decía”: Son más que nosotros” o tal vez le decía a él.
Date por enterado, idiota, ellos tienen auto y nosotros no. Por ahí venía la cosa, pensó Nacho. La suerte que tiene la prima de estar casada con un coso como Rodolfo, un hombre de tanta iniciativa, siempre buscando mejorar, no como yo, que me deslomo catorce y hasta dieciséis horas con el taxi de otro y nunca es suficiente, nunca alcanza...
-¿Sabías que cambiaron el auto?
Ahora Aurelia relincha las palabras con esa voz que se le aflauta cuando finge indiferencia, y de paso, toco y me voy, si en realidad no dice nada que no sea cierto, pero se nota que está queriendo decir más de lo que dice.
-Bueno, francamente, hay algunas que tienen suerte.
Ya sé, ahora la emprende con la prima.
-Porque mirá que Sarita ni es demasiado linda ni es una mina que tenga muchas luces, cómo enganchó a un tipo como Rodolfo no me lo explico. Es un tipo preparado, siempre haciendo un curso de capacitación, o perfeccionando idiomas, o... la empresa ya lo mandó a Brasil y a Chile, se ve que hace carrera, es muy piola, además.
Cómo jode el bicho éste. Y yo no tengo ganas de aplastarlo con el diario, voy a terminar rompiendo algo y ensuciando la pared o la mesa con su cuerpo asqueroso.
-Vos podrías fijarte algo en el diario algo para vos, ya que te gusta tanto quedarte prendido al diario.
Ya está, empezó el pase de factura, aunque en eso Aurelia es especialista cuando la busco en la cama, a otras les duele la cabeza, a ella se le enciende la maquinita de las frustraciones económicas. Pero tranquilo, Nacho, no le des el gusto, déjala con la calentura, le va a dar más bronca.
-Pero si ya no estoy leyendo –dijo-. Era lo que querías, ¿no?
Ahora se peina hacia atrás, y cuando me habla, empuña el peine como si fuera un cuchillo.
-No me des vuelta la cosa. Digo que podríamos estar mejor.
-Aurelia, trabajo como un burro. Hago lo que puedo.
La risotada destempló el aire y le pegó a Nacho en la cara. Un lonjazo que le dejó la cara ardiendo.
-¡Ahí sí que lo dijiste! –lanzó Aurelia, despedazando cada palabra con los dientes apretados-. Como un burro, trabajás. Qué pasaría si trabajaras como un hombre.
Los ojos de Nacho se enturbiaron de dolor y rabia mordida. Cerró los puños para no golpearla. Cerró la mandíbula para no escupirla. Cerró el diario para tratar de darle al moscardón que hacía rato venía ronroneándole en la oreja izquierda, y barrió con la azucarera, la taza, el mate y el termo.
Trizas. Pisoteó las trizas desparramadas por el suelo, y miró los ojos de Aurelia, frenando con su ira, la ira que levantaba en ella.
-No sé a qué vas con todo esto –bramó, gritó, insultó-. No sé si buscabas lastimarme, o quebrarme, o simplemente querías esta estúpida escena sin sentido. Pero quiero que me escuches bien, porque esto es lo último que te voy a decir, ¿me oís?
Y luego, bajó la voz y soltó cada palabra modulando pausas afiladas.
-Yo no sé qué hizo Sarita para enganchar a un tipo como Rodolfo, ¿entendés? Me importan un carajo Rodolfo y sus cursos y sus viajes. En cuanto a Sarita, puede ser que no sea demasiado linda y no sé si es inteligente ni me interesa.
Lo que puedo decirte es que tiene un par de tetas magníficas, y que en la cama es una hembra infernal.
Después, como vaciado de la humillación y de la rabia, giró hacia la puerta que daba al jardín y arrojó el diario antes de salir, sin molestarse en cerrarla.
Detrás de sí, oía al moscardón gordo que golpeaba con torpeza los vidrios de la ventana, buscando la salida.
Y zumbaba inútil, estúpidamente. No paraba de zumbar.
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