“Torna los ojos, mírate los senos,
son dos semillas ácidas y ciegas...” (Pablo Neruda)




Que pueblan el alba. Allí se regocijan las pupilas del poeta sobre sus lánguidas mejillas. Mi niña, tus pechos son dos praderas que resumen la vida; un oasis donde el alba se descalza rindiéndote homenaje. En las mañanas tu ser se hace grato como un eterno sueño naufragante; vibra el colibrí teñido de esperanza ante el infierno de esos cielos, donde la hoguera de tus ojos lo destierra. Dibujo el contorno de los cuerpos con mis yemas; hago y deshago la madeja de tus hebras, mientras desciendo junto a ese suspiro de tus rosas. Ante Dios, recorro lo entreabierto de los labios; me uno dentro de tu boca para saciar el alma de las fuentes... Desde el abismo de esos hombros me hago tuyo; rey; esclavo; pájaro, hasta colmar el collar de tu cintura; y allí me quedo como un mártir atado a las caderas; tembloroso; mortal; indefinido... Tu rostro es un portal de sensaciones; la tibieza de cálidos veranos; el voltear del universo; mi profusa calma. Como un aliento de estambres y pistilos tu sonrisa se abre en mí; me acecha hurgando lo profundo de las lenguas, hasta convertirnos en una sola sombra, mientras lentamente te esfumas de mis brazos...

Ana Cecilia. ©