EL INVENTOR DE MUNDOS
Delgado, como la espina de un arenque, encorvado por el peso de los libros sobre los que se ha reclinado cientos de veces, en los que sus cansados ojos han vagado por las letras en innumerables ocasiones, con los binóculos de culo de vaso en un espacio mal iluminado por un ventanuco pequeño. El inventor tiene menos años de los que se dibuja en su aspecto renunciado.
En la insalubre habitación mal ventilada, reinaba el caos sistémico de la vida diaria y de la anárquica imaginación del inventor de mentes.
En el fondo de las lentes se destacan dos aceitunas negras, ahítas de días de secano. Los vidrios graduados se sustentan a caballo sobre una nariz, de perfil rifeño, acomodada encima de una línea de labios desdibujados por una rancia barba blanca, que se descuelga hacia una prominente nuez de Adán, para ascender hasta unas orejas que un día quisieron emprender el vuelo y se paralizaron en el momento de desplegar las alas. Subiendo por las caóticas patillas nos enredamos en un torbellino de canas que lloran su color diluido en las páginas de un almanaque.
Discurriendo, sin darse tregua, pasaban los días, las horas, los segundos; las vidas.
-Que puedo inventar para contener esta barbarie- Se preguntaba apenado.
-Puedo inventar una mÁquina- pensó- en la que se encuentren los humanos imparciales, los equitativos, los ecuánimes, los justos, los enamorados, los…. Sin los prejuicios de la realidad. Sin la rémora del pasado, del presente o del futuro.
Claro que, sería de efecto muy escaso, de lo contrario se volverían locos de una felicidad incontenible y los gobernantes los recluirían para no contaminar al resto de los pertinentes desdichados - dudaba.
-Puedo inventar una máquina en la que meter a todos los divergentes con esa imparcialidad, ecuanimidad o felicidad que no alcanzan a vislumbrar. A los inhumanos en el más amplio sentido de la palabra: político, social o económico, de cualquier religión o posicionamiento espiritual, y confrontarlos con su imagen reflejada en un espejo equitativo. Claro que, el efecto causaría estragos. Se aniquilarían unos a otros y con éllos arrastrarían al resto de la humanidad- titubeaba el inventor de dudas.
-No, no voy a inventar nada ya tienen suficiente con lo que han generado.
Con este pensamiento zumbando en su mente se va adormeciendo. Lentamente, su cabeza cae sobre una tarima sembrada de pulsadores. Uno de color rojo se empieza a contraer por el peso de la cabeza del inventor de mundos.
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